Cuando se habla de vuelos supersónicos comerciales, la primera imagen que viene a la mente es la del Concorde, con su icónica silueta y elegante aerodinamia, surcando los cielos a 2.200 kilómetros por hora, más del doble de la velocidad del sonido. Esta maravilla tecnológica, que inició sus vuelos regulares hace casi 50 años, permitía a sus afortunados pasajeros contemplar la curvatura de la Tierra desde una altitud de 18.000 metros, mientras conectaba Londres con Nueva York y otros destinos transatlánticos en menos de la mitad del tiempo que un avión convencional.
El Concorde no solo marcó un antes y un después en la aviación comercial, sino que también se erigió como un símbolo de lujo, innovación y velocidad. Más allá de un simple medio de transporte, se convirtió en un ícono de la aeronáutica moderna y del progreso no solo por su capacidad supersónica, sino por integrar avances tecnológicos pioneros que demostraron que era posible llevar los vuelos de pasajeros más allá de los límites conocidos. También fue, indirectamente, un reflejo de la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico y tecnológico entre Occidente y el bloque soviético, que extendió la lucha por la supremacía en un ámbito que iba más allá de lo militar: la aviación civil.
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Aún así, una combinación de factores económicos, técnicos y sociales terminó por sellar el destino de este prodigio de la ingeniería, que fue retirado definitivamente en 2003. El Concorde quemaba 17.000 litros de combustible por hora, casi el doble que un Boeing 747, lo que lo hacía extremadamente costoso de operar. Sumado a esto, su diseño único requería piezas y equipos especializados, por lo que cada revisión técnica tomaba semanas. Por otra parte, su capacidad limitada a apenas un centenar de personas por vuelo, sumado al elevadísimo precio de los pasajes, hizo que Air France y British Airways, únicas aerolíneas que lo operaron, enfrentaran una baja rentabilidad e incluso pérdidas financieras durante gran parte de su historia.
Sin embargo, los desafíos económicos no fueron los únicos factores que precipitaron su declive, ya que el aumento de la conciencia ambiental en el mundo occidental también jugó un papel determinante en su retirada. A medida que la sociedad comenzó a preocuparse más por el impacto ecológico de las actividades humanas, el avión supersónico se convirtió en un blanco de críticas por su enorme consumo de combustible y sus emisiones contaminantes. Diseñado en los años 60, no incorporó avances posteriores como materiales compuestos o motores más eficientes, lo que lo hacía menos sustentable en comparación con los aviones modernos.
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Además, el estampido sónico, ese estruendo similar a una explosión que generaba al superar la velocidad del sonido, provocó que muchos países prohibieran su vuelo sobre zonas pobladas. Estas restricciones limitaron sus rutas principalmente a trayectos transatlánticos, donde podía volar a velocidades supersónicas sin afectar a la población, pero también redujeron drásticamente su potencial comercial y operativo. Así, lo que alguna vez fue un símbolo de progreso y modernidad, terminó siendo considerado como un desactualizado obstáculo para el bienestar ambiental. Al Concorde no le alcanzó solo con la velocidad. También debía ser económicamente viable y operativamente sustentable.
Dos décadas después de su salida de servicio, la chispa de los vuelos supersónicos comerciales sigue encendiendo los motores de la innovación, alimentando el sueño de una nueva generación de ingenieros y emprendedores que buscan revivir aquella era dorada de la aviación. Sin embargo, esta vez, no se trata solo de superar la velocidad del sonido, sino de hacerlo de manera sostenible, socialmente responsable y, sobre todo, económicamente rentable.
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Empresas como Spike Aerospace, Exosonic y Lockheed Martin -esta última en colaboración con la NASA- se encuentran trabajando en el desarrollo de aviones supersónicos de pasajeros, priorizando la reducción del estampido sónico y la eficiencia operativa. No solo buscan recuperar la magia de los viajes ultrarrápidos, sino también superar los desafíos que hicieron que el Concorde pasara de surcar los cielos a convertirse en pieza de museo.
Entre estas empresas, una se destaca por sus avances concretos: Boom Supersonic. Fundada en 2014 y con sede en Colorado, EE.UU., capturó la atracción de la industria aerocomercial con su avión Overture, diseñado para transportar entre 65 y 88 pasajeros a velocidades de hasta Mach 1.7 (1.800 km/h). A diferencia del Concorde, el Overture promete ser más eficiente, utilizando combustible de aviación sustentable (SAF) y tecnologías de bajo estampido sónico que podrían permitirle volar sobre tierra firme.
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El proyecto de Boom Supersonic no se basa solo en marketing, imágenes atractivas y declaraciones de intenciones: en junio de 2024, la empresa completó la construcción de su propia fábrica en Greensboro, Carolina del Norte. En estas instalaciones planean ensamblar 33 aviones al año en su primera línea de montaje, con capacidad para duplicar la producción una vez que se finalice la segunda línea, alcanzando así las 66 unidades anuales.
Aunque aún no ha salido ningún avión de la fábrica, el interés de las aerolíneas es contundente: United se convirtió en la primera en firmar un acuerdo de compra, mientras que American Airlines realizó un depósito no reembolsable por 20 aviones, con opción a 40 más, preparándose así para tener la flota supersónica más grande del mundo. Por su parte, Japan Airlines (JAL) anunció una asociación estratégica con Boom, posicionándose como un actor clave en la reintroducción de los viajes supersónicos para sus pasajeros. Estos acuerdos no solo confirman el potencial comercial del Overture, sino que también demuestran que el sueño de volver a cruzar los cielos a toda velocidad está más cerca que nunca de convertirse en realidad.
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El pasado martes 29 de enero, Boom dio un paso fundamental en esa dirección: el XB-1, su avión demostrador, rompió por primera vez la barrera del sonido en un vuelo de prueba realizado en el desierto de Mojave, California. Este emblemático espacio aéreo, donde el legendario piloto Chuck Yeager hizo historia en 1947 al convertirse en el primer humano en superar la velocidad del sonido, volvió a ser escenario de un hito aeronáutico. A diferencia de los programas supersónicos del pasado, financiados principalmente por gobiernos y fuerzas militares, el XB-1 es el primer desarrollo civil de este tipo impulsado íntegramente por una empresa privada.
Bautizado “Baby Boom”, el XB-1, con sus alas en delta y nariz afilada, recuerda inevitablemente al icónico Concorde. Diseñado para probar las tecnologías que incorporará el Overture, su futuro avión comercial, su estructura combina fibra de carbono y titanio, materiales que reducen el peso, mejoran la eficiencia en el consumo de combustible y permiten resistir las altas temperaturas y presiones del vuelo supersónico. Además, integra un avanzado sistema de control de vuelo digital, que optimiza la estabilidad y maniobrabilidad, y un sistema de visión con realidad aumentada, diseñado para mejorar la visibilidad del piloto en las fases de aproximación y aterrizaje, sin el peso y la complejidad de un morro móvil como el del Concorde.
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Si todo avanza según lo planeado, el primer Overture podría entrar en funcionamiento a finales de esta década, conectando ciudades como Londres y Nueva York en menos de cuatro horas. Con capacidad para transportar entre 65 y 88 pasajeros a una velocidad crucero de Mach 1,7 (2.082 km/h) -más del doble de la velocidad de los aviones comerciales actuales-, la tarifa inicial estimada ronda los 5.000 dólares por trayecto completo. Sin embargo, como ocurre con cualquier innovación tecnológica, es probable que los costos disminuyan con el tiempo, volviendo el servicio cada vez más accesible.
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Esta revolución en la aviación no solo reducirá drásticamente los tiempos de viaje, sino que también nos permitirá vivir experiencias antes inimaginables, como desayunar mate y medialunas en Rosario y llegar justo a tiempo para una cena en Tokio. La distancia ya no será un obstáculo para explorar el mundo, acercando personas, culturas y negocios, y acortando océanos y continentes. El futuro de la aviación no solo será rápido, sino también transformador.