La historia que se intentará explicar a lo largo de este texto es sensible y, por varias cuestiones particulares y legales, preservará identidades. Se trata de un hombre de 43 años que al menos desde 2021 amenaza, hostiga y acosa a dos mujeres, a las que previamente no conocía, pero que se obsesionó con perseguir. Se presentó en sus lugares de trabajo, de estudio, en las paradas de colectivo que solían frecuentar, e incluso llegó a meterse en sus edificios para dejarles cartas. También creó perfiles falsos en distintas redes sociales para difamar a las víctimas, a quienes también denunció ante la Justicia al enterarse que habían radicado presentaciones judiciales en su contra. Además, usó esas cuentas para amenazar a familiares y compañeros de trabajo de las jóvenes.
Las víctimas lo denunciaron una y otra vez. Una de ellas, incluso, se fue de Rosario porque ya no podía sostener una rutina gobernada por el miedo, por el acoso y la paranoia.
La primera detención del hombre ocurrió en marzo de 2021, cuando una de las víctimas lo denunció en varias oportunidades. No obstante, el 26 de marzo de ese año se resolvió que quede internado en el Agudo Ávila para evaluar su salud mental. Se escapó.
Después de irse del Agudo Ávila volvió a hostigar y acosar a la joven, pero ahora de una manera más intensa. Obviamente, incumplió las restricciones de acercamiento y contacto con la víctima, que hizo nuevas denuncias que resultaron estériles.
A la par, en 2023, el hombre se obsesionó con otra mujer. Se inscribió en su universidad, no para estudiar una carrera, sino para acosarla. Esa joven también denunció. Varias veces. La casa de estudios luego le prohibió el ingreso. Hasta publicó un comunicado en sus redes sociales. La Justicia, bien, gracias.
En agosto de 2023, Rosario3 publicó una nota contando esta historia sin dar el nombre del acosador ni de las víctimas. Sin embargo, el hombre se dio por aludido y dedujo que al ser una temática relacionada con información judicial, la nota la había escrito el periodista Agustín Lago. La obsesión también giró hacia él. Lo amenazó por redes sociales, donde publicó fotos de sus familiares, escribió desde distintas cuentas a personas allegadas a él y a compañeros de trabajo. Lo difamó cuantas veces quiso. El cronista también lo denunció.
El 1º de diciembre de 2023 fue citado en libertad para ser imputado por un cúmulo de denuncias que se seguían apilando en los escritorios del Ministerio Público de la Acusación. No fue. El juez Facundo Becerra, en esa audiencia, dictó la rebeldía y ordenó su captura.
Allanaron la pensión en la que pernoctaba y un domicilio de un familiar. Secuestraron dispositivos electrónicos. Él nunca apareció. Según consta en las actuaciones llevadas a cabo por investigadores policiales, se “escondió” en la Ciudad de Buenos Aires, desde donde continuaba hostigando y acosando.
O no lo buscaron mucho, o no se había ido para siempre. El 28 de febrero pasado, una de las víctimas salió de trabajar y lo vio en el bar de la esquina, algo que hizo en innumerable cantidad de ocasiones para mostrarle siempre que él la sigue adonde vaya. Pero esta vez el miedo no la paralizó. A lo mejor, una mezcla de cansancio y búsqueda de paz mental, hizo que frenara al primer patrullero que se le cruzó en San Martín y 9 de Julio. Ella misma exhibió ante los agentes la orden de captura que pesaba sobre el hombre que, desde el interior del bar, veía toda la escena, como un espectador más. Después, intentó en vano fugarse del lugar.
El 3 de marzo pasado, los fiscales Verónica López y Marcelo Maximino intentaron imputarlo en el Centro de Justicia Penal por una pila de delitos cometidos en los últimos cuatro años. Nuevamente, alegó una supuesta psicosis delirante. Esta vez, la jueza Silvia Castelli ordenó que quede internado en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros con, excepcionalmente –por una reforma a la legislación de salud mental– custodia policial o penitenciaria.
Es 6 de marzo. Este jueves hubo otra audiencia. Ahora se debate si puede o no tener custodia mientras se le hace una pericia de salud mental, que debería estar lista para la próxima semana. Todavía no está claro si puede afrontar un proceso penal, o si debe quedar internado por un determinado período de tiempo.
Lo cierto y lo concreto es que hace cuatro años hay víctimas de hostigamiento y acoso de un hombre que, para la Justicia, tiene que estar internado. Pero estando internado, se fuga y vuelve a la carga sobre las mujeres que él decidió que vivan un infierno. ¿El Estado no puede brindar otro tipo de respuesta ante un caso tan frágil? ¿Las víctimas deben conformarse con padecer de por vida a este hombre porque el Estado demostró ser bobo, lento e ineficaz con lo que le parece? ¿Qué tipo de justicia ofrece este sistema para estas personas que confían no una, sino varias veces, en denunciar un delito sostenido en el tiempo?