Después de un 2024 de relativa convivencia, hace un tiempo la Casa Rosada inició una potente ofensiva política y comunicacional sobre Axel Kicillof con el evidente objetivo de desgastarlo. Esta semana, a partir de tres homicidios salvajes en ocasión de robo, aceleró a fondo. Tan a fondo que pisó la banquina, fruto del apasionado culto por la desmesura que practica el presidente y que su entorno explota no siempre con la muñeca política que cada escenario y situación merece. Pedir la renuncia de un gobernador por escrito, acompañado por la firma de ministros y amenazar con la intervención de un estado autónomo, que tiene autoridades reelegidas por el pueblo, rompe cualquier código de institucionalidad. Nunca antes visto. Pero bueno, tampoco el mundo antes vio una escena como la que se dio este viernes en el salón oval de la Casa Blanca entre Donald Trump y el ucraniano Vlodomir Zelensky. Al mundo le falta un tornillo, cantaba con voz acongojada Edmundo Rivero.

El agresivo aparato de comunicación del gobierno, con la palabra del presidente como mascarón de proa, suple en buena medida la debilidad política que La Libertad Avanza arrastra desde su nacimiento. 

Le permite no solo fidelizar a su tribu, sino mantener a raya al resto de la dirigencia política, a excepción de quienes, como Cristina Fernández, sacan provecho de entrar en el golpe a golpe con el presidente.

El resto comprendió que no es conveniente cruzarse delante de la mira del presidente. El secretario de Vinculación Institucional de Santa Fe, Julián Galdeano, lo dijo sin vueltas esta semana: "Preferimos no estar en el radar de Milei, porque para ellos la diferencia entre estar en el radar y estar en la.mira es un centimetro".

El gobierno calza el látigo para que no se le anime cualquiera. Y que el que quiera plantarse lo piense dos veces. Milei todavía está fuerte y su política de golpear, insultar, descalificar a sangre fría en público amilana a más de uno. Qué importa si lo que diga o lo que acuse sea verdad. Tampoco importa que tan racional suene intervenir Buenos Aires y llamar “soviético” o “comunista” a Kicillof. Parafraseando al coreano Byung-Chul Han cuando habla del Donald Trump de la primera presidencia, se podría concluir que a Milei no le preocupa la racionalidad de sus expresiones. “Más bien está librando su propia guerra de la información”.

“Las guerras de la información se libran con todos los medios técnicos y psicológicos inmaginables… Ejércitos de robots y trolls intervienen difundiendo fake news. Difamaciones y comentarios cargados de odio. Los robots suplantan a los ciudadanos y generan voces masivas que infunden determinados sentimientos. Así es como distorsionan masivamente los debates políticos… Con posteos y comentarios pueden cambiar el clima de opinión en los medios sociales en la dirección deseada”. Esto es producto de lo que el filósofo define como “infocracia, la epidemia de información que amenaza la democracia”.

Todo esto se potencia si, además de un preciso uso de los medios técnicos, el generador de información sin apego a la verdad ni la racionalidad es el presidente de un país. Pero ojo, puede ocurrir que lo que hoy sirve para fanatizar y fidelizar a la propia tribu, si los objetivos no se cumplen y los resultados no son los esperados, el descrédito con los gobernantes, la desconfianza social y el daño en el entramado comunitario se potencien todavía más. 

Javier Milei y quienes lo rodean demostraron un profundo expertise para ejecutar un “régimen de información como nueva forma de gobierno”. A un año y pico siguen supliendo la ausencia de gestión y la falta de política en los momentos más bravos, como se vio tras el escándalo por la criptoestafa en la que el presidente argentino fue protagonista.

Basta ver que, tras el desconcierto inicial, el gobierno tomó los salvavidas que le tiraron el gobierno de Trump y los gobernadores radicales para mantener la cabeza fuera del agua en esos momentos de zozobra.

Al espaldarazo estadounidense le sumó un par de triunfos legislativos. Y cuando los gobernadores radicales, los mismos que le ayudaron a que el peronismo no avanzara con la comisión investigadora–, le frenaron los pliegos de Ariel Lijo y García Mansilla para la Corte, huyó para adelante y lo hizo por decreto.

Curioso que el gobierno que manda al ministro de Justicia Cúneo LIbarona a justificar que lo hace en nombre de la institucionalidad de un poder independiente del Estado, horas después amenace con intervenir la provincia más grande del país por un puñado de crímenes de alto impacto público. MIlei se cura en salud: ataca al gobernador peronista con mayor proyección nacional, lo esmerila en la provincia donde a LLA no la tiene fácil y se adelanta al reclamo para que le restituyan los fondos que Nación le cortó y de más personal de fuerzas federales.

El Estado nacional también tiene mucha responsabilidad en la crisis de seguridad del conurbano, como lo recordó Kicillof. En el pasado lo recalcaron los gobernadores santafesinos del socialismo y el peronista Omar Perotti, cuando esta provincia era la que estaba en crisis permanente de seguridad. 

Dicho sea de paso, las estadísticas de seguridad de Buenos Aires no son buenas, pero tampoco son las peores del país. Lo que se ve es al gobierno de La Libertad Avanza hacer con provincia de Buenos Aires lo mismo que el gobierno de Cristina Fernández hizo entre 2011 y 2019 con Santa Fe. Cabe aclarar que no es lo mismo que está haciendo en Santa Fe, donde Nación se pliega de forma coordinada con sus fuerzas de seguridad a un plan conjunto con la provincia.

En los momentos de ruido, Milei saca a la cancha al ministro de modernización Federico Sturzenegger, que con su librito de reformas y reformitas dosificadas distrae la atención. A veces son cambios normativos que, como dice el eslogan de La Libertad Avanza, “facilitan la vida de las personas”, como es la simplificación digital de transferencias de vehículos (anunciada pero no concretada) y otras que son una simple redistribución de negocios para los amigos en nombre de la libertad, como el permiso de exportar ganado en pie.

Entre paréntesis, el anuncio de libre radicación de vehículos para poner a competir a las provincias por el valor del impuesto, genera efectos que no está claro si Sturzenegger los tenía en el radar. En las últimas horas, Santa Fe dispuso una actualizaicón de las tarifas de peaje de la autopista Rosario-Santa Fe con importantes descuentos para los camiones radicados en la provincia. Es decir, el que patenta en otra provincia, al pasar por los peajes que llevan al puerto, paga un 50% más que los camiones santafesinos. “Una política trumpiana”, ironizó un funcionario de Economía.

El dominio de la escena informativa y los golpes de sorpresa le permiten a Milei mantener la iniciativa y dominar la agenda pública. La tarea se facilita por la atomización y descrédito del sistema político, que el gobierno milita con fervor cada día porque ese vacío es su razón de ser, y por tanto mientras no haya un renacer de un futuro desde las fuerzas más tradicionales, MIlei seguirá teniendo oportunidades. La excepción es que las reservas se agoten y los pies de barro del modelo económico no resistan lo suficiente. No parece que Trump y el FMI le vayan a soltar la mano. Milei es un aliado incondicional, no tiene problemas en ser el Judas de Ucrania o volver a endeudar para sostener el modelo a pesar de todo lo que criticó –no sin razón– a Mauricio Macri por aquel préstamo de 44 mil millones de dólares que un tal Trump ayudó a conseguir.

No fue casualidad que Milei llevara a Estados Unidos a los dos Caputo. Ahí radica una pregunta medular del gobierno de Milei: uno garantiza la estabilidad macroeconómica. El otro, el asesor presidencial, más allá de ser el ingeniero del caos y todo lo que se le atribuye, es la única terminal con el que gobernadores, líderes de espacios aliados y opositores y empresarios pueden sostener un nivel de diálogo racional y franco. Antes, ese papel lo ejercía el jefe de Gabinete Guillermo Francos, hoy desplazado a un rol subalterno.

El de Milei es un gobierno de incertidumbres más que respuestas. ¿Hasta cuándo el régimen de la información puede reemplazar la falta de política? ¿Hasta cuándo la baja de inflación y la estabilidad macroeconómica lo blindarán de escándalos como la criptoestafa y todo lo que empezó a aflorar en torno al presidente, su hermana y los personajes con los que hacían negocios? ¿Cuándo las flagrantes contradicciones como la de Ucrania o la de nombrar jueces por decreto harán melle en su figura?

¿Cuánto dura el blindaje si el recambio de funcionarios en segundas y terceras líneas es constante y afecta las áreas de perfil operativo? ¿Si las rutas carecen del más mínimo mantenimiento, los acuerdos de reactivación de obras con las provincias no se cumplen y las pocas que se reactivan se detienen, como acaba de ocurrir con la ampliación de la planta de agua potable de Rosario, eslabón inicial para resolver el problema estructural para el sur y oeste del Gran Rosario?

Hasta aquí, la combinación de resultados en economía y guerra informativa mantiene la adhesión de quienes lo votaron, por lo menos a la hora de elegir otras opciones políticas. Pero eso no durará para siempre, el gobierno empieza a necesitar un salto cualitativo. Tal vez sea un triunfo en las legislativas de octubre que lo ponga en otra posición en el Congreso.

Lo cierto es que Milei sigue siendo el líder de un gobierno débil, que en la última semana perdió el control de la agenda pero con habilidad la recuperó rápidamente. Que se desangeló con el burdo caso de la criptoestafa y con contradicciones elementales como las señaladas más arriba, pero que reina por encima del desconcierto de sus adversarios.

Nadie en la política argentina es mileísta ni anarcocapitalista, el gobierno debe haber tomado nota de eso. Por ahora persiste, con lógica, en construir lo propio, en sumar subordinados y no aliados. Aún está en posición de pretenderlo, se verá por cuánto tiempo más. Lo que no debería perder de vista es que los que le tiraron el salvavidas cuando algunos iban por el juicio político y la comisión investigadora son aliados circunstanciales que no comparten su modelo político ni económico, solo intereses y adversarios políticos circunstanciales.