"Si toca que no vaya bien, sentir el rechazo del amor de tu vida es algo que uno se plantea", dijo en una entrevista hace unos años Sebastian Beccacece, dejando de lado su sueño de dirigir a Newell's. Dice el saber popular que el que no arriesga no gana. Pero en el riesgo está latente la posibilidad de perder. Y Mariano Soso perdió. Él quiso arriesgar, quiso cumplir ese sueño que su colega por ahora no quiere poner en juego. Y "tocó que no vaya bien".
Entre el corazón y la razón, en el caso de Soso, ganó el primero. Pero perdió él. Quizá pensó que no habría otro momento, que no podía elegir el momento, que él podía modificar el presente —ese presente que se comió nueve entrenadores y seis managers como si de un minotauro se tratara; pero Soso no fue Teseo—, quizá soñó demasiado.
Puede que haya habido múltiples factores que abonaron al mal ciclo de Soso en Newells: la urgencia, la desesperación, la carencia de un plan estructural, la imposibilidad de llevar a cabo cualquier plan, el rumor del afuera, la cabeza de los de adentro; quizás él mismo.
Tal vez, a diferencia de Beccacece, Soso no se puso a pensar lo que pasaría con él. Su ego puede que esté mejor protegido que el de otros y entonces las voces críticas pudieron haberlo golpeado menos; tal vez no le importaba que la gente, —ese colectivo que tantas veces integró desde la tribuna— lo tuviera como responsable de la malaria, tal vez porque entendió que no lo era; al menos no era el principal. Lo concreto es que "tocó que no vaya bien".
Ante semejante momento del club, fue llamativo y prudente que la gente ni siquiera apuntara contra el entrenador. Su breve lapso seguramente lo cobijó. Y está bien que así sea. El pueblo leproso cargó contra la dirigencia, contra los máximos responsables. Y eso es un rasgo de cordura, ante tanto enojo.
De todos modos, el dolor de la derrota es irremediable. No el de la derrota del clásico, sino el de no haber podido darle vuelta una situación adversa, el de haber cosechado peores resultados luego de la pretemporada que, incluso, los de la herencia recibida, la de los últimos tres juegos de la temporada anterior.
La imagen de Soso, como la de tantos otros que pasaron en este último tiempo, está afectada. En el fútbol no hay grises. O sos el mejor o no servís para nada. No existe la posibilidad "tocó que no vaya bien". Si no fue bien es porque no servís. Y ante esa vara, es difícil que alguien pretenda expresar un argumento. Lo dijo el mismo Soso: "En la derrota, tener que explicar, es irritante para el hincha e incluso para los comunicadores".
¿Cómo se revierte esa imagen? ¿Se revierte esa imagen? Ya le pasó a Gabriel Heinze, que puso en juego su nombre, su carrera y se fue con críticas potentes. Le pasó al mismísimo Maxi Rodríguez, cuya familia en otro tiempo se vio sometida a la violencia, lo revirtió, ganó un clásico por su propia jerarquía y ahora está en el ojo de la tormenta otra vez. Sea responsable o no, su nombre está otra vez en las paredes del club. Le ocurrió a Lucas Bernardi, que se fue y volvió varias veces, para ocupar diferentes lugares. Todos siempre, con la soga al cuello. Será por eso que a más de uno le cuesta el regreso.
"Siempre fue una idea fija. Ya con algunos años en esto me gusta recordar ese espacio del hincha y me da cierta cosa perderlo", había vaticinado Beccacece. Y tenía razón.
El amor de Beccacece por @Newells y un sentimiento ambivalente respecto al futuro. Perfil Bulos en YouTube https://t.co/xEZTRG8en5 #NOB #newells #ñubel @Lepranews @Mundonewells pic.twitter.com/RT7ros8RhU
— Federico Bulos (@federicobulos) February 5, 2021