No me lo contaron. Lo vi. Sobre el frio mosaico de la Iglesia Catedral de Rosario, un pequeño grupo de fieles acostados son envueltos en finas mantas que ocultan sus rostros, sus gestos. Apenas pasada la medianoche del martes pasado y en medio de un tenso susurro escucho que alguien cerca mío dice: “Nos están echando de la casa de Dios”.

Las personas que descansan siguen allí, inmóviles. Una mujer vestida de blanco es abrazada por los pocos fieles que aún quedan en la noche y que indignados la aprietan con fuerza. “Hay que resistir Leda”, dice una de ellas.

Vi a un sacerdote acomodando cosas que a la distancia no logré distinguir que “cosas” eran. Tal vez objetos usados en la ceremonia de Leda, la mujer sanadora que desde hace varias semanas intentaba resistir el desalojo de su evento espiritual.

La Catedral horas antes estaba repleta de gente que necesitaba al menos una palabra de aliento. Hasta el cuello de líos con historial médico la mayoría espera un milagro. Que el contador de la vida se vuelva lo más cerca del cero.  Leda, la señora de blanco que es abrazada entre lagrimas horas después, los asiste con una imposición de manos cuando muchos conmocionados caen al mosaico. En cámara lenta se desvanecen, son atajados por detrás y tapados para preservar su intimo descanso.

Llegué a la medianoche con dos habitúes a las ceremonias. Salimos del teatro, hicimos algunas cuadras con el auto y nos topamos, en un horario dominado por el silencioso y frio desierto del centro rosarino, con algo de alboroto en la esquina más importante donde el Dios de los católicos atiende a sus fieles.

Acopio info ligera en caótico orden. Por la crónica de Sabrina Ferrarese y Araceli Colombo en Rosario3 allí se realizaban desde principio de año ceremonias donde Leda atendía a personas con problemas graves. Sanadora y sacerdotisa, carismática, mística y genial. Algunas de las palabras que definían el rol de Leda. Solo eso. No me dijeron si alguien se curó después de estar con ella. Lo cierto es que la Catedral desbordaba de personas que necesitaban verla.

El revuelo, el desorden, la existencia de una ceremonia (al menos) rara en ese ámbito, llevo a que las autoridades le anunciaran que el vínculo se terminaba. En la Catedral no más sanadora, ni una mujer de blanco haciendo imposición de manos para aliviar los demoledores efectos de enfermedades sin antídotos médicos.

Pienso en el Padre Ignacio y su extensa carrera sanadora en Rucci. Claro es un sacerdote a cargo de una parroquia en Rucci. Por más distante que este ubicada del templo mayor es una parroquia a cargo de un cura. Leda no tiene nada mas que su carisma, sus cincos hijos, su nieto, su marido, y un enorme grupo de colaboradores dispuestos a pelearse contra quienes interrumpan su caminar. En la Iglesia formalmente Leda podría entregar la canastita de las limosnas, encender y apagar las velas antes de la Misa, si tiene buena voz leer algún texto en la misa. La sanación y las conducciones de las ceremonias no son para ella. No son para Ellas. Al menos según el anuncio del martes.

Mientras abandono la Iglesia se presentan en mi memoria una serie de milagros del último tiempo. ¿Necesita el catolicismo milagros que convoquen a las multitudes que acapararon los templos evangélicos, el ateísmo, el agnosticismo, la brujería y el encantamiento?

Un hombre es acribillado en la puerta del Colegio Medalla Milagrosa de Rosario de 8 tiros. En su camioneta además de él, que manejaba el auto, estaban su hijo y un amigo del colegio. Solo una bala lo hirió. Ingresó por una mejilla y salió por la otra. Uno de los niños se metió como pudo al colegio y el que le dio las dos mejillas al ataque salió arando por el asfalto hasta un hospital cercano. Milagrosamente.

En Coronda vieron llorar a una virgen. Sus pobladores pensaron que era un mensaje divino frente a momentos crueles. Algo pasa con los niños dijeron desde la parroquia. Los relatos intentaron enredarse entre la creencia y el entusiasmo. Nadie logró demostrar que esa humedad en una tarde de otoño no era una reacción de la naturaleza sobre el yeso sino parte de un llanto de la figura moldeada. 

Hay gente que en nuestro país cree en Milagros. En las señales de lo sobrenatural como debeladores de un mensaje a escuchar. No es la primera vez que se presenta como un desafío de ignorantes a lo ineficiente de las instituciones. Si ellas o la ciencia no responden o funcionan, pediremos al cielo lo que en la tierra no sucede.

Nos queda la ilusión de creer o reventar. La mala puntería del tirador. O el destino que aún tiene un camino preparado para el herido. Hay una ciudad que apila muertos que ningún milagro ha salvado, como el niño Máximo Jerez que correteando con sus 11 años se topó con una ametralladora encendida en una calle narco de Rosario. Y no, no hubo milagros para él.

En esta tierra rota, caminamos las cornisas de un infierno despiadado. Los narcos mandan en cada esquina, en cada barrio sin Dios ni Ledas. Sin señales de la cruz o la imposición del Espíritu Santo.

La política que exagera enojos para convencerte mejor. Narcotráfico, trata de personas, prostitución, crímenes de niños que no conocieron nunca otra cosa. El sórdido momento tiene responsables. Con nombre y apellido. Dirigentes que están convencidos que los que matan o mueres son solo producto de un mundo injusto. Que sus pésimos ejemplos de arribismo y corrupción nada tienen que ver con estas siniestras historias.

Camino como un esclavo de la melancolía. Aunque me fuercen nunca voy a decir que todo tiempo pasado fue mejor, mañana es mejor cantaba Spinetta. Seguiremos en búsqueda del milagro (o los mejores dirigentes) para que muchas historias tengan un final feliz.