Desde aquella cinematográfica final de Cincinnati, en 1981, en la que Guillermo Vilas y José Luis Clerc, enfrentados personalmente, estuvieron muy cerca de dar el golpe ante el poderoso Estados Unidos, la relación entre Argentina y la Copa Davis se transformó en una obsesión.

La mística de la Ensaladera de Plata se vive aquí como en ningún otro lugar en el mundo. Lo reconocen hasta los rivales, no hace falta abundar en ejemplos.

Y esta vez no fue la excepción. El clima de Copa Davis trepó a su máxima expresión en el Jockey Club, la gratamente sorpresiva sede del match entre Argentina y Kazajistán.

Lástima la paupérrima actuación del equipo argentino que terminó ganándole de milagro a un rival casi amateur. Fue la nota discordante de la gran fiesta. Pero ese será material para otro texto y otro momento.

Más allá de los negocios que hicieron pedazos el sistema de competencia original con la mirada cómplice de la ITF (Federación Internacional de Tenis) y la ATP (Asociación de Tenistas Profesionales) menos algunas tibias quejas, la mística de la Davis dio el presente en un escenario, en una ciudad, que nunca había tenido la chance de disfrutar de semejante evento.

El desafío, vaya desafío, es transformar a esta fiesta deportiva del fin de semana sin precedentes en Rosario, en el puntapié inicial para poner a la ciudad en el calendario del tenis nacional e internacional.

Si Córdoba tiene un torneo ATP, ¿por qué no Rosario?

La obsesión Argentina por la Copa Davis, que tuvo su punto culminante en Zagreb, en 2016, llegó a Rosario casi por descarte, pero con el enorme esfuerzo de personas fundamentales para que la Asociación Argentina de Tenis (AAT) diera el sí.

Quedó demostrado que es posible.

Es cierto, Rosario tiene otras prioridades, pero esta es una forma de paliar las necesidades primarias que azotan a una ciudad que siempre se caracterizó por su creatividad y su talento.

Ciudad de pobres y ricos corazones que conviven caóticamente, pero capaz de organizar un acontecimiento internacional que para el país es casi una ceremonia religiosa: la mítica Copa Davis.

Que no quede sólo en un recuerdo.