Carolina Gauna abre una bolsa de plástico. Agarra cáscaras secas de naranjas y mandarinas ya cortadas. Las tritura con las manos. Mete todo dentro de la olla de un molinillo industrial. El equipo está sobre la mesa de madera del taller donde trabaja. Cierra la tapa a presión con dos trabas laterales. Activa la molienda con una perilla de timer: dos minutos. Espera. No piensa en nada, no repasa todos sus problemas. El chillido de las cuchillas cesa. Abre la cacerola metálica y sale un humo denso. Asoma del interior harina naranja. Después, mezcla un químico llamado potasa con agua en una jarra para generar una lejía y el líquido se empieza a calentar solo. Son técnicas para preparar jabones y detergentes pero también remiten a escenas de un arte lejano. 

–¿Nunca te dijeron que sos una especie de alquimista acá en este lugar?

–No, nunca. No sé lo que es.

La alquimia suele reducirse a una búsqueda material, a la mutación de cualquier metal en oro. Esa es apenas una simplificación de lo que obsesionaba a los sabios y protocientíficos de la Edad Media. El proceso consistía, sobre todo, en una transformación personal, una purificación espiritual, un ascenso al conocimiento. Y eso es lo que, siglos después, se conecta con lo que hace esta mujer de 43 años en el segundo piso de una vieja casona de Rosario. Un espacio de más de mil metros cuadrados que no es suyo. Fue donado a la Municipalidad por un vecino ilustre de barrio Belgrano, Mario Castenetto, con múltiples rincones. 

El ahora Centro Cultural Castenetto era la sede local de la “Asociación Rosacruz Universal”, una orden de cristianos místicos que buscan el “nexo entre la ciencia y la espiritualidad”. El líder local vivía en lo que ahora es este taller. 

Pero Caro no habla de esas cosas cuando el humo que sale del molinillo se pierde a la altura de su rostro concentrado. Ella no reedita la búsqueda de una piedra filosofal pero sí algo de paz y de trabajo, o una paz hecha de trabajo, en medio del volcán que puede ser su vida en la ciudad más violenta de Argentina. Detrás, en una estantería, hay jabones con formas de brazos de bebé o de cabezas de leones, réplicas de esculturas de fuentes de plaza. A unos metros, Candela, su compañera del Programa Espuma que convierte aceite de cocina usado en productos biodegradables, limpia botellas. Le cuenta la novedad.

–Viste Candela, no soy más Caro, soy “la alquimista”.

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Mario Orbani salió de su casa en Ibarlucea el atardecer del martes 27 de noviembre de 2007.

–Ahora vuelvo.

Caro pensó que su esposo, un cabo de la Policía provincial que estaba por cumplir 30 años, regresaría en unas horas. Pero fue la última vez que lo vio. Ella, de 26, se quedó con tres hijos, de 9, 7 y 5, y un embarazo de tres meses.

Una vecina, también policía, fue hasta su casa para avisarle que había visto el Fiat Duna blanco de Mario sobre las vías del ferrocarril, al costado de la ruta 34 que atraviesa el pueblo, al norte de Rosario. Le dijo que dos personas habían salido corriendo del vehículo. El cuerpo quedó solo dentro, con golpes y un disparo en la cabeza.

"Fue un suicidio", le informaron a Caro desde la subcomisaría 2ª donde trababaja su pareja. Le aseguraron que venía manejando cuando él mismo, sin frenar antes, se había disparado y por eso el auto cruzó el zanjón y quedó arriba de las vías, sobre el kilómetro 4,5. Nada tenía sentido. ¿Quién se mata de un tiro así con el auto en movimiento? ¿Y los golpes en el cuerpo? ¿Y el otro impacto de bala en el piso del Duna? ¿Y los dos hombres? 

Algunas escenas de los meses anteriores volvieron a ella y reconstruyeron todo el escenario. Aquel pantalón manchado con sangre en el Duna blanco que él dijo no era suyo. El extraño robo de su auto y su pistola reglamentaria. Al poco tiempo, aparecieron ambas cosas pero sin mayores explicaciones. Empezó a dudar.

–¿En qué andás vos?

–En nada, sabés que yo no me meto en nada. Soy policía de vocación.

A Mario lo trasladaban mucho. Del Comando a Infantería y de una comisaría a otra. Caro pensaba que eso era porque, justamente, no era corrupto. Molestaba porque no se prendía en la joda y entonces lo movían de lugar. No sabe si ese año su marido se rindió. Si finalmente empezó a cooperar con los jefes que lo presionaban para que saliera a recaudar en algunos de los negocios ilegales que la fuerza habilitaba o regulaba. Eso era todavía una infección que no preocupaba a la ciudad. Faltaban años para la gangrena: la Policía de Rosario metida en casi todas las causas por narcotráfico. 

En 2018, el juicio a Los Monos, la principal banda narco de la ciudad, expuso que de 25 acusados, 13 eran agentes de la fuerza. Después se develó que los investigadores de esa causa trabajaban, a su vez, para un grupo rival. Las evidencias de ese problema nunca cesaron. Apenas dos ejemplos del 2024: cinco agentes plantaron armas para encubrir balaceras mafiosas a hospitales y comisarías con amenazas al gobernador Maximiliano Pullaro y otros ocho robaron cocaína y dinero.

Pero ni Caro sabía eso, ni Rosario era entonces la capital del crimen, de los soldaditos y los sicarios (“la primera narcociudad argentina”, tituló The Guardian). En todo caso, aquel noviembre de 2007 ella no supo si Mario hizo o dijo algo que no debía y lo hicieron callar. 

Después del entierro en el cementerio de Ibarlucea, el mejor amigo de su esposo y compañero en la fuerza de seguridad se puso a preguntar y fue a revisar el auto. Volvió con una conclusión.

–Caro, a Mario lo mataron.

El caso llegó a los medios. Pero su denuncia contra una institución opaca tenía el peso de una viuda desocupada, pobre, embarazada y madre de tres hijos chiquitos, con múltiples urgencias por atender antes que darse el privilegio de la justicia, la utopía de la verdad. Si la interseccionalidad es la esquina donde se encuentran dos discriminaciones sistémicas, Caro estaba en una rotonda.

La causa 924/07 no avanzó. La autopsia certificó la lesión debajo del mentón como posible “autodisparo” pero la forma en que quedó el cuerpo, las manos y el estado de las ropas fue “infrecuente y poco probable” con esa hipótesis. La pericia no descartó un homicidio. Nadie explicó el disparo del lado del acompañante. También hubo una supuesta nota de despedida de Mario en donde decía que se iba porque estaba "loco". Y un llamado previo, a las 19, que lo puso "muy nervioso". El expediente se cerró en marzo de 2009 aunque “hayan quedado sin esclarecer aspectos”. Pasó al subsuelo del Archivo General donde las 191 fojas fueron destruídas en julio de 2023. Quedó la carátula de "Muerte dudosa". No está mal: sobran dudas alrededor de esa muerte.

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La harina de cítrico se mezcla con el Aceite de Cocina Usado (ACU). Los integrantes del Programa Espuma, sus familiares, vecinos, dueños de bares o restaurantes aportan esa materia prima que se junta en botellas, frascos y bidones. Ese insumo se filtra. Usan un embudo cubierto con tela o cofia. A veces le agregan carbón para quitar olores. Las gotas se acumulan en un nuevo recipiente. 

Cuando el aceite está limpio y unido a la harina en una jarra, se abren dos procesos distintos. Para el detergente sólido, se añade un preparado de soda cáustica y agua. El encuentro de las sustancias genera temperatura: una reacción química que se llama hidrólisis. Caro debe esperar por lo menos 40 minutos antes de usarlo. Si se apura, el calor endurecerá el preparado más de la cuenta. Lo procesa con una minipimer mientras suma bicarbonato y por último esencia cítrica. 

Alan Monzón/Rosario3

En cambio, para hacer jabón de mano no es necesario el bicarbonato (que blanquea y genera espuma) y el agua se mezcla con potasa. Eso genera una lejía que no explota pero, si salpica, puede quemar la piel. Por eso, Caro usa unos guantes negros y presta atención a sus movimientos. Recuerda las medidas, divide los procesos, en los tiempos muertos limpia y ordena.  

Después del preparado, se inicia una variación que puede durar horas. Se llama saponificación: dentro del recipiente, un bidón de plástico cortado, se separa la sal jabonosa de la glicerina.

Con su remera blanca y amarilla del Programa parece una promotora. Hasta que se enfoca en el paso a paso. Revuelve la melaza que se pone cada vez más naranja y espesa. Empezó a las 9 y al mediodía vuelca la mezcla del detergente sólido en un molde. Es una prensa rectangular de madera recubierta con una tela plástica (un banner publicitario de calle reciclado). En esos trances, se le ocurren cosas. Para un próximo taller que dará en Empalme Graneros, enseñará a hacer un bolso de mano con botellas. Un regalo para el Día de la Madre barato y fácil. La alquimia de la economía circular en barrios populares.

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Nicolás Biolatto creó Espuma en 2021. Dice que por accidente. Tenía su marca "Pepé Jabón" y un interés social que nunca abandonó. Lo convocaron para dar un taller abierto y online que devino en presencial para jóvenes con consumo problemático en el centro donde trabaja su padre, un adicto recuperado. Se encerró en su laboratorio y creó, prueba y error, prueba y error, la receta para hacer de un desecho contaminante algo que limpia y se degrada de forma natural. 

El "eureka" fue doble. Consiguió una fórmula original para fabricar con aceite usado un buen producto (un detergente que no se pudre ni quema la mano de quien lo manipula). Al mismo tiempo, detectó que era potente y fácil de reproducir. Así nació el Programa que en el verano de 2022 llevó a Rancho Aparte, la organización de barrio Tablada

En 2023, creó una cooperativa que preside y que integran doce mujeres. Después, apareció la oportunidad de llevar el taller a la casa cultural Castenetto, donde perduran los ecos de los rosacruces.

–La jabonería es una forma de alquimia. Es la unión de dos productos contrapuestos que generan una materia contraria, es decir algo graso que sirve para limpiar. Cada vez que lo producís tiene algo de mágico: ver cómo ese aceite se transforma delante tuyo– define Nicolás. 

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Tres meses después de perder a su pareja, en febrero de 2008, a uno de los hijos de Caro se le cayó un arco encima y le rompió la pierna. Ella estaba embarazada de seis meses y Mario, que lleva el nombre del padre fallecido, quedó enyesado y en reposo. Entre los médicos de ella y los de él, no pudo insistir con la causa judicial para conocer qué pasó con su esposo.

–¿Ser mujer te generó complicaciones extras a la hora de buscar justicia?

–Sí, cuando yo iba a Tribunales les decía “ustedes no me están escuchando, no me están entendiendo”. O al contarles de la chica de Ibarlucea, que era policía y vio a los dos hombres en el auto, no hicieron nada, no la buscaron. Nunca más supimos de ella. Eso no llegó a juicio y después me concentré mucho en mis hijos.

Aprendió a seguir. Vivió en la casa de su mamá y después con dos hermanos hasta que se compró un lugar propio: una vivienda que era casi una ruina en un terreno amplio sobre Convención y Vigil, Tablada, zona sur de Rosario. Conoció a Coco, Javier Ruiz Díaz, un pibe que salió de la cárcel con ganas de ayudar a los chicos del barrio, de mostrarles un camino diferente al que transitó él.

Empezaron a jugar al fútbol en una canchita. Sus hijos se sumaron. Después, Coco consiguió una casa y armaron talleres de carpintería, música, oficios, arte. Caro participó de algunos: se acuerda cómo aprovechaban los neumáticos usados para hacer sillones. Hasta que en el verano de 2022 se enteró de una de las capacitaciones más extrañas: el Programa Espuma.

Archivo año 2022. Alan Monzón/Rosario3

El espacio coordinado por Nicolás Biolatto fue pensado para mujeres de hasta 35 años, muchas con problemas de violencia de género, que podían cobrar una beca de la provincia mientras aprendían la técnica. Caro excedía la edad para recibir el pago pero igual hizo el taller.

Compartió ese primer año con otras compañeras. Conoció a R. que vivía peleando con su marido y él la golpeaba. Se separaba y al poco tiempo volvía. Su vecina P. matizaba las agresiones que sufría con el consumo de drogas. La pareja amenazaba con cortarla con un cuchillo y Caro le decía que lo dejara. 

–Basta con eso, terminá esa relación.

–Sí, ya lo eché.

Pero a los dos días estaba de vuelta con él y otra vez caía en ese loop que encierra también otras dependencias. 

Caro no sufrió este tipo de violencia, no de esa manera. Cuando tuvo a su quinta hija, Eluney, sufrió una crisis de posparto. Eso le dijeron al menos la obstetra y la psicóloga. No quiso saber más nada con su segunda pareja. No podía verlo. Y él, en lugar de quedarse a ser un padre, se volvió a Santiago del Estero, con su madre. 

–¿O sea que después de ser madre viuda, fuiste una madre soltera?

–Sí, pero la mejor madre. 

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Mayo de 2021, pandemia. Uno de sus doce hermanos llegó borracho a la casa de Convención y Vigil, en Tablada. Caro lo hizo entrar aunque le preocupó que dejara el Corsa en la calle. Por eso, cuando sintió una puerta que se cerraba se asomó a la vereda. Tres jóvenes que se habían bajado de otro auto caminaban por Vigil hacia el pasaje Lincoln. 

Avanzaron por la arteria angosta de casitas achaparradas, entre grises y naranjas gastados por los revoques crudos y los ladrillos huecos. Llegaron a la esquina. Buscaban a Marcos Basavilbaso, de 15 años, amigo de su hijo Joaquín. 

Marquitos actuó de "Juancho" en el corto "¿Quién soy?" del taller de Cine de Rancho Aparte. En esa ficción de 2018, basada en historias reales, es un pibe de la calle "bueno" pero que "hace giladas". En la realidad de mayo de 2021, le debía 10 mil pesos al jefe de una banda de narcomenudeo y de extorsiones que captaba adolescentes del barrio para sus trabajos. Antes de esa tarde del domingo 23, habían baleado su casa y hasta llamaron a su mamá como advertencia.

–Dígale a Marquitos que me lleve la plata que me debe porque le voy a mandar a pegar hoy, así nomás. Él sabe que con la mafia no se jode, doña.

La familia dejó la casa y él se había quedado solo para cuidarla. Los tres sicarios patearon la puerta y se metieron. Lo acribillaron a balazos. Quedaron doce casquillos de calibre 40 y 9 milímetros.

–A mí no me tiraron un tiro porque no me vieron –cree Caro a la distancia.

Por temor, la familia de Marcos no volvió al barrio y la casa quedó abandonada. Rancho Aparte, la organización que creó Coco Ruiz Díaz, no tenía en ese momento una sede para funcionar. Se habían quedado sin espacio y el parate que impuso el coronavirus desarmó los talleres. Coco le propuso a la mamá del chico asesinado alquilar el lugar y cuidarlo para retomar las actividades. Rancho volvió a existir pero entrar a esa casa no fue fácil.

Archivo año 2022. Alan Monzón/Rosario3

–No quería ir nadie porque lo habían matado a Marquitos. Mi hijo Joaquín me decía: “No, mami, no vayas a ahí”.

La casa fue pintada y repoblada. Los orificios de bala en las paredes fueron marcados con círculos de colores. Así pudo empezar el taller de Espuma.

Archivo año 2022. Alan Monzón/Rosario3

En febrero de 2022, otro chico del barrio, de Rancho y del grupo de amigos del hijo de Caro fue asesinado a balazos. A Facundo Alejandro Aguirre, de 17 años, lo mataron el lunes 21 de febrero. Era casi de medianoche cuando lo emboscaron en las calles de Las Flores, más al sur. Intentó esconderse atrás de un árbol pero no pudo escapar del ataque de once tiros que dos hombres hicieron desde un auto.

A ella le dolió mucho la muerte de Facu. Como otros, iba a su casa seguido y lo cuidaba como si fuera su hijo.

–Mami, ¿Facu se puede quedar a comer?

–Sí.

–¿Se puede bañar acá?

–Sí.

–¿Se puede quedar a dormir?

–Sí.

En junio de 2022, otro más: Néstor Andrés Arduvino. Lo balearon desde una moto el lunes 20. Era feriado, iba a jugar al fútbol con amigos. Él tenía 18 años y uno de los atacantes, 16. El espejo de los que matan y los que mueren: adolescentes y jóvenes de los barrios pobres de Rosario. 

Tres chicos, tres talleristas de Rancho Aparte. Esos meses Coco aprendió los costos de un cajón de madera, un traslado y un entierro. Tuvo que gestionar sus sepelios en lugar de invitarlos a jugar al fútbol o al taller de candombe.

–Sí, después de Facu mataron al Chino. Eso fue frente a la casa de mi hermano, en Virasoro y Beruti.

–¿Y te dio miedo por tus hijos?

–Sí, claro. Pero yo tengo un “problema”, Coco dice que soporto demasiado.

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La curva de violencia en el departamento Rosario tocó sus niveles máximos en 2022, con 291 crímenes, y 2023, con 260. Los motivos de ese estallido, con meses que tuvieron más muertes que días, fueron las disputas a tiros de las bandas de narcomenudeo. El negocio más redituable es traficar las grandes cargas de droga –que bajan por tierra, aire o agua– y salen desde el puerto hacia el mundo. Pero un pequeño vuelto de esa mercadería queda en los barrios. El microtráfico, a diferencia de los tentáculos globales invisibles, genera ruido, dolor y muerte.

Cerca del 80 por ciento de los hechos registrados ese bienio en la ciudad respondieron a esa lógica. Las víctimas fueron varones atacados con armas de fuego en la calle y de noche. Uno de cada cuatro tenía entre 15 y 24 años. 

Según el Observatorio de Seguridad Pública (OSP) de Santa Fe, más de dos tercios de los asesinatos se inscribieron en "tramas asociadas a organizaciones criminales y/o economías ilegales" y fueron planificados (el sicariato se multiplicó por cuatro en una década). 

Ese es el universo que nutrió la tasa de 22,3 homicidios dolosos por cada cien mil habitantes en 2022 y de 19,8 en 2023, cinco veces el promedio nacional. 

La tendencia se frenó en 2024 y los homicidios bajaron un 65% en Rosario. Los gobiernos, nacional y provincial, aseguran que eso es por las políticas de mayor presencia policial, un comando unificado de diversas fuerzas, controles en las cárceles a los presos de alto perfil, donde antes los jefes narcos operaban sin limitaciones, reformas normativas y el trabajo conjunto con los fiscales.

Opositores, como el ex ministro Marcelo Sain, y criminólogos desconfían de esa explicación y deslizan que existe algún tipo de pacto o acuerdo tácito entre las bandas y la Policía, para regular el narcotráfico con menos violencia en las calles. 

“No digo un pacto de todos sentados a una mesa como si fuera una paritaria pero sí hay mensajes. Por ejemplo: «Vos no te cagás a tiros, dejás de matar y yo no me meto en tus negocios». El problema es que en la Policía se multiplicaron en los últimos años «los cuentapropistas», agentes que son parte de las bandas, no simples complicidades, sino que planifican asesinatos o desvían causas. El gobierno de Pullaro buscó controlar eso y también hizo acciones muy estrictas en las cárceles. Ahora, la Policía pretende recuperar la capacidad de regular y cuando hay violencia en un territorio, ahí actúa, sino deja hacer”, analizó el magíster en Criminología y profesor universitario, Enrique Font. 

El secretario provincial de Análisis y Gestión de la Información del Ministerio de Seguridad, Esteban Santatino, respondió que es “ridículo” hablar de un acuerdo con bandas atomizadas, rudimentarias y sin lealtades claras. “No tenemos dos o tres actores concentrados como puede ocurrir en otros lugares de América. Eso no sería posible acá”, aseguró aunque reconoció que la nueva ley de narcomenudeo no es para desbaratar el negocio sino para “atemperar los niveles de violencia y bajar los homicidios”. 

El narcotráfico no se derrota de forma aislada en un territorio, se regula. El objetivo inmediato en Rosario fue frenar las muertes. La serie icónica The Wire llevó esa idea a un extremo cuando un jefe de Policía de Baltimore, Estados Unidos, crea una zona liberada exclusiva para el consumo. No es eso, pero nadie dejó de vender o comprar droga en Rosario.

Desde la pandemia, el consumo aumentó y mutaron las formas: se pasó de aspirar cocaína a fumarla mezclada con virulana, vidrio, bicarbonato y otros. El crack creció sobre todo entre los más jóvenes. El efecto es más potente pero más corto: el aleteo de un orgasmo que deja un vacío inmenso. La dependencia se agrava.

Mario, el hijo de Caro que se rompió la pierna y que también perdió una mano por tirar una bomba de estruendo en el año nuevo de 2017, cayó en esa telaraña. La adicción se agravó en los últimos años. Ella, que vive atenta a sus hijos y nietos, se puso a estudiar para “Acompañante terapéutico en consumo problemático” en busca de más herramientas en los talleres y en el abordaje de su propio hijo. Suplir la ausencia de cuidados estatales (algo agravado ante la desfinanciación de programas sociales por parte del gobierno nacional de Javier Milei, que profesa la libertad de dejar morir a quien no puede solo).

–Yo sigo adelante porque tengo nietos, tengo hijos que todavía son chicos. Llego a mi casa y pienso ¿dónde andarán?, ¿qué están haciendo?, ¿vino Joaquín, que ya tienen 22, de trabajar?, ¿a dónde está Mario? Estoy así todo el día. 

El año pasado, se sintió sobrepasada y quiso dejar sus actividades en el taller y la ONG barrial. Coco la convenció para que descansara y después volviera. Cuando retomó las actividades lo supo: “Sí, esto es lo mío”. 

–Rancho y Espuma me cambiaron la vida. Cuando vengo al taller, mi cabeza se sale. Me saca a otro mundo, soy otra Carolina. Tener diálogo con otra persona, ver si puedo ayudar u organizar algo. Es distinto, es muy distinto. 

 Alan Monzón/Rosario3

Nicolás, el creador de Espuma, es testigo de las angustias de Caro y también de su evolución.

–Ella es un súper ejemplo de cómo el Programa se puede meter en las personas. Tiene una conexión con el proceso de producción porque sabe de transformaciones, es algo intuitivo. Siempre fue una luchadora. Pero antes era más hosca y modificó su forma de relacionarse, aprendió a ser docente. También a trabajar en equipo.

Cada litro de Aceite de Cocina Usado (ACU) que rescatan evita que mil litros de agua se contaminen. Hacen de un desecho hostil un producto de limpieza y natural. La doble metáfora de reaprovechar lo que otros quieren descartar. Además de vender jabones y detergentes en ferias y por redes sociales, dan talleres para formar a otros y tejen redes en once provincias. La mutación es contagiosa.

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Este trabajo periodístico se realizó y publicó originalmente en la tercera edición de #CambiaLaHistoria, proyecto colaborativo de DW Akademie y Alharaca, promovido por el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores. Conocé el proyecto y más historias en: Cambialahistoria.com.