Los gestos del viernes de Donald Trump con Volodímir Zelensky, en la Casa Blanca, fueron símbolo de una reunión que se diseñó minuciosamente para la humillación pública. No fue un encuentro diplomático, sino una emboscada. Sin embargo, estas groseras y cuestionables formas tienen un trasfondo más profundo. El objetivo de la administración norteamericana no es solamente prescindir de Zelensky en la ecuación de paz sino que además, se sitúa del lado de Rusia, exigiendo a Ucrania una rendición sin garantías. Pero es también un giro histórico en la postura de Estados Unidos hacia Europa desde hace más de un siglo.
¿Cuáles fueron las reacciones al implacable interrogatorio de reprimenda de Trump y su vicepresidente, JD Vance, a Zelensky?
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Hubo cierta condescendencia calculada en Washington. Ni un respaldo total a Trump, ni una condena abierta. Por lo que pareciera que Estados Unidos se deslinda del conflicto con cada vez menos disimulo. En Kiev, la desilusión se convirtió en abatimiento y profundizó el sentimiento de desamparo en un país que resiste con cada vez menos certezas. En tanto, Europa encendió sus alarmas y convocó a una reunión de máxima prioridad para este domingo en Londres. Mientras que el Kremlin festeja como si fuera una victoria en el campo de batalla, una prueba de que su estrategia de desgaste está dando frutos.
Hasta hace apenas unos meses atrás, Zelensky era recibido como un héroe en la Casa Blanca de Joe Biden. Aunque también lo era en el Congreso, donde tanto demócratas como republicanos coincidían en apoyar económicamente a un país en guerra, atacado por un “dictador” implacable como Vladimir Putin. En poco más de un mes de gobierno, Trump invirtió la retórica, pasó a llamar “dictador” a Zelensky y comenzó a negociar con el líder ruso (a quien Biden llamó “asesino” en varias oportunidades) a espaldas no sólo de Ucrania sino también de Europa.
Si bien el líder norteamericano ya había hecho conocer su postura en relación a este conflicto, la búsqueda adrede de humillación pública hacia el presidente de un país en guerra, en una posición completamente desfavorable, ha ahondado las heridas de una nación que se desmiembra. El periodico The Kyiv Independent tituló al episodio diplomático de esta manera: “Un presidente le faltó el respeto a Estados Unidos en el Salón Oval. Y no fue Zelensky”. Y recalca que es la primera vez en la historia, que el mandatario de un país aliado -que no es ni un dictador, ni un político caído en desgracia- es expulsado de la Casa Blanca.
Desde Europa, una de las primeras voces que aparecieron fue la de la líder italiana Georgia Meloni. Considerada una de las principales aliadas de Trump en Europa. Estuvo presente en su investidura el 20 de enero. La mandataria llamó a la celebración de una “cumbre inmediata entre EEUU, Europa y aliados”. En un comunicado del viernes a última hora, expresó: “Cada división en Occidente nos vuelve a todos más débiles y favorece a quienes desean ver el declive de nuestra civilización”. Y agregó: “No de su poder ni de su influencia, sino de los principios sobre los que se fundó, la libertad sobre todo”.
Esta semana dos líderes europeos visitaron la Casa Blanca y abordaron la guerra en Ucrania con Donald Trump. El lunes fue Emmanuel Macron quien le dejó en claro al norteamericano -entre sonrisas forzadas y apretones de manos- que la paz “no debe significar una rendición para Ucrania, ni un alto el fuego sin garantías”. Y además afirmó que, pese a que la Casa Blanca presuma de que Washington haya sido el principal contribuyente, Europa ha aportado el 60 por ciento de la ayuda al país de Zelensky.
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El jueves fue el turno del primer ministro británico, Keir Starmer. Es sabido que su figura no es del agrado del republicano, pero busca posicionarse como mediador europeo en el conflicto, dado que Francia y Alemania se encuentran atravesando crisis internas diversas. El británico expresó en Washington que “la historia debe estar del lado del pacificador, no del invasor” y que Ucrania necesita garantías de seguridad para que Rusia no vuelva a una ofensiva. Es él quien se apresuró a organizar este domingo una “Cumbre sobre Ucrania” en Londres. Asistirán dieciocho líderes europeos y Zelensky para definir una estrategia ante la nueva postura de Washington.
Mientras tanto, la humillación al líder del país invadido fue recibida desde Moscú con entusiasmo. El periodico Russia Today, tituló “La cuenta atrás para el final del régimen de Zelensky ha comenzado”. Mientras que el actual número dos del Consejo de Seguridad ruso, Dimitri Medvedev celebró lo ocurrido como "el inicio del fin de Zelensky" y una muestra de que Estados Unidos ya no apuesta por él. La vocera del ministerio de Asuntos Exteriores, Maria Zakharova, también se regodeaba: “La forma en que Trump y Vance se contuvieron y no le dieron una bofetada en la cara a este canalla es un milagro de resistencia”.
La demostración de fuerza de Trump en Washington no solo debilita a Zelensky, sino que también envía un mensaje inequívoco a Europa: el apoyo de Estados Unidos ya no es un pilar garantizado. El líder ucraniano llegó a la Casa Blanca con la intención de reafirmar su liderazgo ante su pueblo y, al mismo tiempo, garantizar el acceso de Estados Unidos a los recursos minerales estratégicos de Ucrania. Sin margen de maniobra, quedó atrapado en una puesta en escena que lo debilitó aún más, dejando en evidencia su dependencia absoluta del respaldo de la primera potencia mundial. Fue todo lo que Trump buscaba.
Por su parte, la Unión Europea no cuenta con capacidad militar para sostener a Ucrania por sí sola y, además, enfrenta la amenaza de una guerra comercial impulsada por la Casa Blanca. El premier británico y el presidente francés saben que solo pueden ofrecer declaraciones de ocasión, mientras que el futuro canciller alemán enfrenta una crisis económica que le impedirá asumir un rol de liderazgo. Aunque probablemente lo intente. La noche de su victoria electoral Friedrich Merz ha expresado que Europa debe forjar su independencia y agregó que “los europeos estamos en el menú de las potencias imperialistas”.
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La cumbre en Londres de este domingo será un punto de inflexión. Europa deberá decidir cómo sigue respaldando a Ucrania con el riesgo de quedar fuera de la ecuación diplomática de Washington. Pero también deberá aceptar que la negociación con Putin estará liderada por un Donald Trump cada vez más desafiante. Lo cierto es que ha quedado en evidencia que el siglo de alianzas transatlánticas que definió la política global ha llegado a su fin. La prioridad actual de Estados Unidos no es la estabilidad de Europa, sino la redefinición de las reglas del juego. Y en ese nuevo orden, Ucrania no solo ha perdido el respaldo de Washington, sino también el control sobre su propio destino.