Escupirle el rostro a la política. Meterle un gancho implacable para hacerle morder el polvo de la derrota sin mover un dedo. Ni conspirando, ni planteando un escenario violento de un cambio drástico de rumbos y proyectos. Nada de eso. Quedarse en casa mirando tele, no ir a votar, es una opción que derriba otro de los puntos del artículo 37 de la Constitución Nacional: voto universal, secreto y obligatorio. El ausentismo ha crecido más de 5 puntos en comparación al 2019.

Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde (post seguidilla Puerta, Rodríguez Saa y Camaño). Kirchner, Cristina, Macri, Fernández. Elegimos nueve veces a los presidentes de los últimos 40 años. Con entusiasmo, esperanzas, miedos y broncas. Tal vez la mayoría elegidos con la convicción de un futuro mejor o tan solo que el devenir no sea tan espeso. Hoy el semblante es turbio y confuso: pocos piensan que el futuro inmediato cambiará algo de la pesada herencia que el presente le deja a lo que vendrá. La convicción es que seguiremos empantanados en un lodo de tropiezos.

Este domingo en la ciudad de Córdoba se eligió al intendente con un 40% de ausentismo. En la elección de Santa Fe el ausentismo tocó el 40% promedio, aunque en Rosario se acercó peligrosamente al 50%. Una locura que pone en jaque al propio sistema. En todos los distritos argentinos se ve un nivel de ausentismo similar. Deciden las mayorías o solo aquellas mayorías que votan. Hay un sector invisible que participa con un silencio dramático de la vida institucional argentina. No importa qué, quiénes, cuándo y dónde. Nada cambiará con nadie.

En las 17 elecciones provinciales celebradas hasta el momento se ha notado la tendencia de una baja pronunciada de electores. Salvo Tucumán donde participaron cerca del 84% del padrón habilitado, todas las provincias acumulan ausentismo. La opción más elegida de toda elección.

Ni siquiera votar el menos peor. No votar es una opción que el Estado no sanciona y parece convenir al oficialismo. Se vive con la idea del voto optativo. El desencantado que pide un cambio ni siquiera cree que la opción opuesta cambiará su realidad. Sintetiza en la misma bolsa de mugre e ineficiencia a quienes gobiernan y quieren seguir, y a quienes se oponen.

Ah, pero Macri. El responsable del desencanto será el opositor liviano que lejos de cambiar el rumbo lo agravó. Y sobre eso el ingeniero tiene mucho para contar. Codiciar un poder, competir por él, ganarlo y retirarse después de un estruendoso y pésimo mandato es inolvidable para quienes lo apoyaron. Macri y Cristina –a pesar de la juventud maravillosa que añora su conducción, son claramente parte del pasado–. Gobernar sin mirar el espejo retrovisor es una consigna vital.

La distancia se ve por tele. Los actos políticos son aplaudidos solo por los empleados de esos espacios. El militante –la mayoría con empleo público– trabaja y participa de un sistema que va encerrándose en un círculo mínimo. El ciudadano, el votante, el seguidor de un partido, una idea o una forma de liderazgo ya no aplaude si no lo convocan con alguna promesa futura: un puesto, un cargo, el ingreso de un familiar a las filas de la administración disputada. La política como herramienta de un onanismo corto. La autosatisfacción dirigencial.

Los medios cuentan y construyen en el sistema esa forma enrarecida de hacer política. Participan de una lógica donde el título más fuerte sólo será la opinión del dirigente sobre cualquier tema de debate. Se opina de todo pero se legisla sin grandes transformaciones, se ejecuta sin grande cambios. Y claro que la Justicia sancionará siempre a los mismos: el pobrerío que a las piñas pide un poco del botín que amasan sus autoridades.

Tal vez el ausentismo sea también un romántico atisbo anarquista. Proclamar en silencio la independencia de todo sistema que limite las libertades individuales: la emancipación de la población. Pero podría ser eso un gesto de inteligencia irónica que en tiempo de broncas y zarpazos es un lujo para pocos.

No ir a votar es decirles que no importa quiénes, cuándo y por qué. No importa qué y dónde. Nada de lo que hagan merecerá más atención que lo que demande a regañadientes el pago mensual de impuestos. Después, derrotados, a seguir soportando las proclamas de los afiches de turno.

Que no parezca este texto la crónica de la derrota anunciada.

La manera de cambiar lo que no nos gusta es al menos comprometerse con ir a votar. No faltar. Decirles en la cara lo que pensamos de verdad. Participar activamente en reclamo de un país, una provincia y una ciudad mejor. Elegir a los mejores, a los más dotados, a los más honestos, a quienes coinciden con lo que pensamos, a los que no afanan y se enriquecen con la función pública, a los que pueden demostrarnos que no lo hacen solo para ser gratificados por el espejo de su baño.

Hubo un tiempo voraz para el compromiso político, donde muchos pagaron con su vida el reclamo de libertad. Que la siesta contagiosa de los corruptos e inoperantes no desbaraten la sed de ser parte de una democracia que necesita claramente el compromiso de las mayorías.