La oposición venezolana parece haber encontrado, casi sin esperarlo, una salida de unidad para desmarcarse de la realidad impuesta por un país hecho pedazos. En tres meses habrá elecciones presidenciales que definirán el máximo cargo para los próximos seis años. En estos momentos pareciera que reina una especie de “paz autoritaria” en la cual cada sector se encuentra satisfecho. Aunque tal vez las batallas sean internas y se oculten. ¿Seguirá siendo Nicolás Maduro el presidente? ¿O habrá finalmente una salida democrática? 

El 28 de julio es el día de votación dispuesto por el Consejo Nacional Electoral (CNE) tal como habían acordado gobierno y oposición en mesa de diálogo. Esta vez, quienes intentan desplazar a Maduro, parecen haber aprendido que tienen que hacerlo dentro de las reglas que el mismo chavismo impone. No funcionó en 2015 cuando la Mesa de Unidad Democrática (coalición de partidos opositores) obtuvo una histórica victoria en las elecciones parlamentarias. Su estrategia insurreccional de realizar un referéndum revocatorio para sacar a Maduro del poder terminó por debilitarla. 

Tampoco funcionó la estrategia de 2019, cuando Maduro fue reelecto. Estos sufragios no fueron reconocidos ni por la oposición ni los aliados extranjeros. Entonces se decidió nombrar a Juan Guaidó, máxima autoridad de la Asamblea Nacional, como “presidente interino” con el reconocimiento de 50 países. El plan no solo fue un fracaso, sino además, se puso en duda su legalidad. También resultaron ineficaces las presiones de países latinoamericanos, así como las sanciones comerciales aplicadas por el gobierno de Donald Trump, que continúan durante el de Joe Biden. 

Lo cierto es que hoy Maduro se siente fuerte en el poder y proyecta, con estas nuevas elecciones, extender su mandato hasta 2030. Esto, en un marco de hace al menos una década, de proscripción de hecho de la mayoría de los partidos opositores y de persecución a sus candidatos.

Con todo, esta semana hubo una sorpresa para una oposición históricamente dividida: la unanimidad sobre la candidatura de Edmundo González Urrutia. Ante esta realidad surge una gran incógnita. ¿La dejará correr el oficialismo? ¿O le impondrá mil trabas ficticias para no dejarla llegar a destino?

La líder indiscutible del antichavismo del último tiempo es María Corina Machado, a quien, como era de esperar, se la inhabilitó para participar en las elecciones por 15 años. El Tribunal Superior de Justicia (TSJ) aduce que es por “errores y omisiones en sus declaraciones juradas de patrimonio”. Lo hizo luego de que su candidatura haya arrasado en las Primarias opositoras del 2023 con el 92 por ciento de los votos. Es su figura la que está marcando hoy el ritmo de las presidenciales de 2024. 

La enorme virtud de Machado es no haberse aferrado al cargo para el cual fue electa. En cambio, parece haber aprendido de los errores del pasado y decidió jugar ahora con las reglas que hay. Es decir, con las que impone el chavismo, que guste o no es quien cuenta con los poderes del Estado. Salirse de ellas podría llevar directo a una nueva derrota y a una renovada división de la oposición que, por fin, ha logrado unificarse en su figura. 

Machado, pues, optó por delegar su candidatura a Corina Yoris, una académica de 80 años, de gran prestigio, fanática del Real Madrid y que fundamentalmente contaba con el respaldo de los partidos opositores agrupados en la Plataforma Unitaria Democrática (MUD); sin embargo, el Tribunal Superior de Justicia no le permitió inscribirse. Es entonces cuando, en una extensión del plazo, se registró Edmundo González Urrutia, quien aceptó hacerlo de manera provisional para cumplir los plazos mientras se consensuaba un aspirante opositor.

En esos azares del destino, la candidatura de González Urrutia quedó firme. Sorpresivamente, un diplomático de 74 años, de muy bajo perfil y de derechas, renueva las esperanzas en una sociedad que por momentos parece adormecida. Ejerció la diplomacia hasta el 2002. Fue embajador en Argentina durante el gobierno de Hugo Chávez y trabajó por la incorporación de Venezuela al Mercosur. Nunca militó en ningún partido político, pero trabajó desde la oposición con discreción y continuidad en diversos temas de gobernabilidad y política internacional.

El vuelo y entusiasmo que tomó su figura fue enorme e inesperado, aunque hay resquemores de que su postulación sea dada de baja con cualquier argumento. En una de las tantas entrevistas que le hicieron en estos días, aseguró: “A medida que voy asumiendo y conociendo las cosas, veo que hay un buen plan de trabajo, hay un programa mínimo común, fundamentado, discutido. Y unas elecciones Primarias que fueron un éxito político y consolidaron este esfuerzo”.

Por otro lado, el espaldarazo de Brasil y Colombia, dos países amigos del chavismo, a esta candidatura empieza a ser clave. Lula da Silva la calificó de “extraordinaria” y explicó, tratando de no ofender a Maduro: “El que ganó toma el poder y gobierna, y el que perdió se prepara para otras elecciones como yo me preparé después de tres derrotas en Brasil”. En tanto, Gustavo Petro propuso realizar, junto con las elecciones presidenciales, un plebiscito para ofrecer garantías de sobrevivencia política al perdedor. ¿Dan ambos por sentado que estas elecciones serán verdaderamente competitivas?

Tanto mandatarios extranjeros, como la oposición venezolana, saben que no pueden caer en la ingenuidad y hacerse falsas ilusiones. Si bien esta situación es inédita, no se puede confiar en el chavismo. La clave estará en cómo se gestionen los próximos pasos. Cuando el oficialismo perciba la mínima posibilidad de una derrota, habrá que iniciar un diálogo muy cuidado para allanar y aclarar los pasos sobre una posible transición. Inexorablemente, tendrá que haber un “acuerdo de coexistencia” donde se le garantice seguridad jurídica a Maduro y compañía. 

A esto se le suma, como ya han empezado a esgrimir académicos, la necesidad de una reinstitucionalización de Venezuela. De lo contrario, el nuevo gobierno se cimentará sobre un terreno profundamente débil. El politólogo venezolano Michael Penfold puso sobre la mesa algo que hasta ahora no se ha debatido lo suficiente: la imposibilidad de construir un nuevo gobierno sin una reforma integral desde el Congreso y la Justicia, pasando por todo el aparato del Estado, y que además incluya reglas económicas.

No hay que apresurarse. Faltan todavía tres meses para las elecciones y Maduro repensará su estrategia. Sin dudas empleará todos los medios estatales para exponer a González Urrutia al desprecio público y lo señalará como un agente de los intereses norteamericanos. De hecho, Diosdado Cabello ya lo hizo, lo llamó "el candidato del imperialismo".

Pero si algo juega a favor del ex diplomático es su moderación y serenidad a la hora de expresarse. Cuando se le preguntó cuál será el mensaje central de su campaña, su respuesta fue cuidada y escueta. Sin críticas al oficialismo y muy concreta: “Apostemos a la reconstrucción democrática de las instituciones de Venezuela”.

Y así, ya hay decenas de memes, canciones y publicaciones con el que pareciera ser un genuino eslogan que nació en redes sociales “Edmundo pa’ todo el mundo”. Podría ser González Urrutia el primer presidente de la nueva democracia venezolana.