Fabián Alberto Belay tiene 44 años y es, actualmente, párroco de María Madre de Dios y rector de la iglesia Buen Pastor. Sin embargo, en poco tiempo y por decisión de Papa Francisco, se convertirá en obispo titular adjunto y auxiliar de la arquidiócesis de Rosario. Su trabajo incansable en las zonas más desvastadas de la ciudad, sobre todo, con personas que atraviesan consumos problemáticos de sustancias, le otorgan una mirada acabada de la escena de extrema violencia en la que se vive.
Este viernes, en contacto con Radiópolis (Radio 2), el sacerdote, referente de la Social Pastoral de Drogadependencia del Arzobispado de Rosario, se refirió a las limitaciones que presenta hoy en día la tarea social en medio de territorios calientes, en los que diariamente se registran homicidios, ataques, peleas y balaceras. “Hace ya bastante tiempo que tenemos la sensación de que Rosario es una ciudad tomada”, lanzó y remarcó: “Si no vemos que estamos en una situación de emergencia y crisis, no tenemos chance de salir adelante”.
“La red de contención es endeble, está debilitada, sobre todo después de la pandemia”, continuó y agregó al respecto: “Lo que nos está pasando, lo mismo a escuelas, organizaciones sociales, todo lo comunitario, es que cada vez tenemos menos chance de seguir tejiendo redes”.
Las dificultades que atraviesan representantes del Estado en sus distintas modalidades en los territorios más afectados por la vulnerabilidad económica y social se evidencia no solo en el cierre de escuelas o de parroquias, como ha sucedido en los últimos días, en el marco de balaceras y amenazas. También el servicio de salud se resiente, al punto de que se evalúa concretar ciertas intervenciones a través de mensajería y ya no de forma personal.
Esta imposibilidad de intervenir profundamente en los rincones más necesitados sucede, según señaló Belay, porque “está en riesgo de vida los referentes sociales y religiosos”. E insistió: “Hay una sensación de ciudad tomada, no hay autoridad legítima en los territorios”.
“No están dadas las condiciones básicas para que ningún actor comunitario pueda caminar un barrio. El que está día a día en el trabajo comunitario tiene que cuidar su vida también”, dijo y justificó: “Podés quedar en el medio de un enfrentamiento y eso limita la actividad. Salir al encuentro, visitar, ¿cómo te vamos a buscar? Si el docente y el enfermero tienen sus vidas en peligro”.
En otro tramo de la conversación radial, profundizó sobre ese punto: “Estamos en una ciudad tomada –repitió–donde lo comunitario es lo capilar de la contención, eso se dificulta cada vez más. Hay una balacera –planteó– el docente, ¿qué garantías tiene de su vida? Imaginate –dijo en referencia a los y las periodistas en el estudio radial–si cada día que vas a la radio podés perder la vida. Te limita la tarea”, observó.
Buscando un símbolo de paz
Además de leer la situación, Belay ha pensando en algunas alternativas para modificarla. Para el cura, un principio de solución es reconocer la gravedad de la problemática y poner manos en el asunto ya mismo. “Estamos en una situación de emergencia, entonces hay que hacer como se hizo con el covid. Todos los recursos del Estado y las organizaciones sociales tienen que estar”, apuntó.
“Toda la política tendría que estar organizando el bien común, es una tarea de amor. Si no lo abordamos así, no se puede, no hay que esperar la campaña”, manifestó y pidió que la “la política o el Estado recupere la autoridad en los territorios, sea del signo político que sea”.
Por último, el religioso reflexionó: “Hay mucha gente, laicos, católicos y de otros credos y organizaciones y a todos nos pasa que tenemos que hacer una tarea, la de abrazar al que está más roto en la sociedad y así no es sencillo, estamos mirando para todos lados”, expresó.