La puerta 6 del Gigante de Arroyito estará cerrada al menos hasta las cuatro de la tarde, el horario anunciado por el club para el comienzo del velatorio de Omar Arnaldo Palma bajo una tribuna del estadio, pero dos horas antes ya hay hinchas de Central esperando. Forman fila sobre la vereda de Avellaneda. La rutina de un martes cualquiera quedó aplastada por la conmoción: el Negro, el más campeón de los canallas, murió a los 66 años.
Marga es la primera. No puede ocultar su tristeza por la temprana muerte del ídolo. “Es un ícono, me toca el corazón porque además era muy humano, una excelente persona. Como hacía los goles de tiro libre, no los hacía nadie. Jugaba por amor a la camiseta”, cuenta la mujer de “sangre azul y amarilla” mientras recuerda lo fácil que era acercarse a la Ciudad Deportiva de Granadero Baigorria para conocer al Negro y sacarse una foto. Se queja porque ya no es tan así.
El horario pautado pasa de largo. El portón de ingreso al predio del Gigante, en el sector donde está la estatua de Marco Ruben y luego la pileta olímpica a los pies de la platea del río, recién se va a mover unos minutos antes de las cinco. Por eso, la cola de gente llega hasta la esquina de Génova y dobla hacia el oeste.
El desconsuelo y la pesadumbre se ven y se sienten. Familias enteras, estudiantes, gente que recién sale de trabajar, jubilados, todos compungidos por la noticia que sabían que podía llegar pero estuvieron intentando de alejar durante siete días, como le reconoce Iris, una chica de 18 años, a Rosario3. Está con su mamá y su papá, aunque el abuelo paterno es el que le habló del Negro Palma.
El exjugador auriazul sufrió un accidente cerebrovascular hermorrágico (ACV) el pasado 30 de septiembre, mientras tomaba mates con su familia en Ibarlucea, donde vivía. Fue internado en grave estado y lo operaron en el Hospital Italiano, pero falleció en la noche del lunes.
“Yo llevé a Palma en andas”
Omar Ghielmetti tiene 69 años, el pelo canoso y ojos celestes enrojecidos por no poder parar de llorar. Levanta la mano derecha y muestra en su teléfono celular una vieja foto: es él con el Negro Palma sobre los hombros, celebrando. Es del 2 de mayo de 1987, cuando Central empató contra Temperley (1-1) en Turdera y salió campeón de Primera División. El gol lo hizo el Tordo, de penal, como en cada definición de títulos para el Canalla. El tocayo del ídolo lo conocía porque su hermano Juan Carlos fue parte del plantel campeón del Nacional 80, el de la primera estrella para el chaqueño. “Yo estaba en una platea, no entraba más nadie en la cancha”, recuerda. Logró colarse al campo de juego en medio del revuelo que se armó cuando Rodolfo Motta, el técnico del Gasolero que esa tarde se jugaba la permanencia, se desmayó y tuvo que ser retirado en camilla. El empate y la victoria de Platense lo forzaron a jugar un desempate que luego perdió, por lo que descendió. Así Omar entró a la cancha, abrazó a Palma y lo llevó en andas. El relato lo ayuda a desahogarse un poco. Aunque todavía le cuesta asimilar la realidad: ya no volverá a hablar con el diez. La escena parece un museo a cielo abierto de camisetas del Negro Palma. Están todas. Originales, truchas, conservadas casi a la perfección, gastadas, agujereadas, desteñidas. De principios de los 80, de finales, las noventosas y las actuales. También son parte del homenaje al “Tordo” de Campo Largo, Chaco, como si algo de su piel pudiera transmitirse a través de esa tela auriazul. “Nos enteramos esta mañana y acá estamos, como canallas que somos, para darle el último adiós a una leyenda de Central. Mi mamá me hizo hincha y me habló de varios jugadores, él era uno de esos”, cuenta Marcos, un pibe que no pasa los 20 años, apoyado contra la pared. La de generaciones que no lo vieron pero saben muy bien quién fue Palma, es una escena que se va a repetir durante todo el día. La puerta se abre a las 16.57. La peregrinación de hinchas sube los primeros escalones y se ordena en una fila que sigue por el borde de la carpa de la pileta climatizada hasta la entrada que después comunica hacia el salón Centenario del estadio. Hay personal de seguridad para ordenar el ingreso, que es pausado pero sostenido, bajo el pedido de que sea sin celulares a la vista ni gorras, por respeto. Para llegar hasta donde descansan los restos del Negro hay que subir otros dos tramos de escaleras. Una foto de gran tamaño del ídolo acompaña al féretro, rodeado de una gran cantidad de coronas de flores. Los “campeones del 95”, el “club Rosario Central”, la “Familia Belloso”, “Comuna de Ibarlucea”, son algunas de las inscripciones que se leen. Delante de la imagen, en el suelo, empiezan a dejar más flores, estampitas y camisetas. De a poco se transforma en un altar. Los hinchas se arriman a un metro pero no pueden tocar el cajón. Algunos agradecen en voz alta, otros lloran. El paso es rápido. La mayoría compra rosas o montoneras afuera, mientras hace la fila. Juan y Romina, padre e hija floristas de barrio La Cerámica, venden rosas rojas a 4 mil pesos. Maxi, en otro puestito callejero, ofrece montoneras azules y amarillas a 2 mil. Esperan vender porque “la cosa está difícil”, pero todos son canallas y también van a entrar al velorio. “Vengo con mi hijo, para acompañar a toda la familia canalla. Cuando era chico lo vi salir campeón de la Conmebol en el 95. Él es compañerito de uno de los nietos de Palma”, dice un hombre que está a pasos de entrar al salón con Yamil. “Era un grande del fútbol, vi muchos videos de cuando jugaba. La Conmebol y el gol que le hizo a Newell’s”, agrega el nene. Una nena cuenta algo parecido: “Mi papá me contó de él”. El padre, conmovido, explica que trajo a su hija para despedir al Negro y se emociona porque lo vio jugar y salir campeón. “Me dio muchas alegrías. De chiquito lo seguí, tengo 44 años y uno no se olvida, son personas que van a estar siempre en el corazón”, dice. En la fila también espera Juan Carlos, un hombre que ya peina canas y conoce al “Tordo” muy bien porque fue chofer de Central de 1990 hasta 2002. “Fui a cumpleaños del Negro, despido a un gran amigo. A la mañana prendí el televisor y escuché la noticia, yo vivo en un pueblo y lo primero que hice fue venir para acá”, lamenta. El sol cae lánguidamente en Arroyito pero el flujo de gente no amaina. Los que pudieron ir temprano le dan paso, por ejemplo, a quienes salieron más tarde de sus trabajos o tenían otros compromisos que no lograron mover. Así es hasta las diez de la noche, aunque este miércoles el velorio seguirá desde las siete de la mañana. “Fue el ídolo de mi viejo y de mi familia”, cuenta otro joven que lleva Omar de segundo nombre por la leyenda auriazul. “El enano era muy grande”, dice un amigo del Negro que se vino desde Ibarlucea. Es hincha de Newell’s y su hija le pidió que viniera a darle un beso de su parte. "Al tipo no le importaba si eras rico o pobre, era una gran persona", agrega un cincuentón. Están los que primero vieron a Mario Kempes y Aldo Pedro Poy. Los que crecieron con los primeros pasos de Palma. Los que disfrutaron de su plenitud a fines de los 80. Los que eran muy chicos cuando el Negro se contagiaba de la juventud de los Carbonari y los Kily González. Y esos que nunca lo vieron en la cancha. Pero no hay nadie en Central que no sepa quién fue. Julio Zamora, ídolo de Newell’s, gran amigo y compadre de Palma, está en el velatorio desde temprano. Llegó antes de que abrieran las puertas para los hinchas, junto a parte de su familia. Su presencia no pasa inadvertida y es todo un mensaje para la ciudad, porque construyeron una relación que quebró colores y pasiones a lo largo del tiempo. Cerca de las seis de la tarde, el exleproso sale del estadio, cruza el portón entre los canallas que entran y se va, entre saludos y estiradas de mano. Lo que siente Zamora no lo experimenta nadie o casi nadie: él también sufrió un ACV, en 2017, pero Julio pudo seguir adelante. Palma no. Antes, unos minutos después de las cinco, al Gigante llegaron varios futbolistas del plantel actual de Central liderados por Marco Ruben, Jorge Broun e Ignacio Malcorra. También el técnico Matías Lequi y su ayudante Paulo Ferrari. Un rato después, Miguel Ángel Russo estaciona en el playón junto a su esposa, Claudio Úbeda y el entrenador de arqueros Juvenal Rodríguez. Diez días atrás, Miguel y Omar compartieron un palco mientras miraban los clásicos de inferiores de AFA entre Central y Newell’s. Hoy el encuentro es de despedida. También están los exjugadores Claudio Scalise, Gerardo González, Gustavo Falaschi, Cristian Colusso, Cristian Daniele, Adrián Daniele y Diego Acoglanis, entre otros. El presidente del club Gonzalo Belloso sintetiza que para ellos, los que jugaron con el Negro, Palma “era como Superman”. Generaciones unidas
El otro "Negro"