En el marco de las leyes de Salud Mental (nacional nº 26.657 y provincial nº 10.772) que promueven la implementación de dispositivos sustitutivos de la lógica manicomial, orientados a acompañar procesos de externación, en los últimos años un total de 76 pacientes fueron externados de los tres hospitales psiquiátricos provinciales en la modalidad de casas asistidas. Son procesos largos y singulares que cuentan, siempre, con el acompañamiento y la asistencia de equipos interdisciplinarios de salud. A tres kilómetros al norte de la comuna de Oliveros, en el hospital psiquiátrico "Dr. Abelardo Freyre", conocido como La Colonia, se dio el hecho del primer pabellón en ser formalmente clausurado, el número 8, de la mano de dos psicoanalistas y una trabajadora social.
Al dispositivo autogestivo de externaciones, que nació en 2010, lo llamaron “Cada casa un mundo”. El proyecto contempla una modalidad de asistencia extra hospitalaria de carácter interdisciplinario que implica la recuperación de lazos sociales, la restitución de la identidad e inaugurar hábitos sociales y familiaridad. En definitiva, restituir la capacidad de vivir con otros fuera del hospital, pudiendo reinscribir la historia del sujeto en lo social. En 2011 abrieron la primera casa asistida en la localidad de Oliveros, y la segunda en 2015, procediendo así a la clausura definitiva del pabellón 8.
“El dispositivo contempla que cada sujeto necesita apoyo en su malestar, pero también en su condición de ciudadano con derecho a la salud, al trabajo, a la libertad, a la recreación, a su identidad”, explicó a Rosario3 Raquel Rubio, la trabajadora social que, junto a la psiquiatra Gabriela Pino y la psicóloga Pilar López Álvarez (ambas recientemente jubiladas), pensaron y llevaron a cabo durante años este proceso de externaciones del pabellón.
En el centro de la localidad de Oliveros, a algunas cuadras de la parada de colectivos del Tata Rápido, residen, en dos casas ubicadas en un mismo predio que alquila la Dirección Provincial de Salud Mental, Argentino, Enzo y Daniel. El ingreso es un pasillo ancho que termina en un patio verde. A un costado junto a un árbol, instalaron su propia parrilla. Los tres vivieron en la colonia psiquiátrica, en el predio de casi 100 hectáreas junto a la localidad costera del río Carcarañá.
Enzo, Argentino y Daniel registran varios años de internación en La Colonia, algunos en períodos más prolongados y otros más cortos. Pero cada cual, con su historia, luego de soportar lo que provoca el encierro cronificante, es un ejemplo de que una vida digna sin manicomio, es posible, producto de un trabajo clínico intensivo e interdisciplinario abocado a atender la complejidad de cada singularidad. Claro, es fundamental la asistencia de equipos de enfermeros, trabajadores sociales, operadores de salud, acompañantes terapéuticos, psiquiatras y psicólogos.
Argentino
En la casa delantera, desde 2015 vive Argentino. Es un poco tímido, pero a la vez es muy simpático, y se ríe con algo de vergüenza. Escucha las conversaciones junto a la puerta con curiosidad. Durante años portó la condición de NN y padeció la institución asilar desde niño alojado en el Hogar de huérfanos de Santa Fe, y luego en su mayoría de edad fue derivado a La Colonia. En el marco de su proceso de externación, y de su experiencia inaugural de vivir en una casa, adquirió su identidad jurídica y la tramitación de una pensión por discapacidad.
Argentino pasó de ser paciente a residente junto a Lucho y Mario “El mudito” (ambos también ex pacientes), con quienes convivió hasta que ambos fallecieron recientemente, muy seguidos uno del otro. Ahora, aunque extraña a su amigo Lucho, y con sus tiempos de duelo, es acompañado por el equipo para sobrellevar en un futuro mediato la incorporación de dos nuevos residentes.
De los tres que viven en esas casitas, Argentino es el que requiere de más apoyo del equipo que lo asiste de manera diaria, a pesar de que logró niveles de autonomía impensados en él. Fruto de este acompañamiento de enfermeros, asistentes y equipo terapéutico, hoy sabe lo que quiere y también sabe expresarlo, e incorporar nuevos aprendizajes diarios. Por su timidez, no se animó a decir más que “mucho gusto” y dar la mano con un saludo cordial ante la presencia de la cronista de Rosario3. Después se tapó la cara con la boina que llevaba puesta.
“Argentino tiene sus rituales bien marcados y fue ganando autonomía: elige si quiere comer la tostada con manteca o con mermelada y en el último tiempo aprendió a hacerse la merienda solo. Empezó a hacer los mandados en la panadería, a partir de que iba con alguno de nosotros, y fue conociendo el barrio. Fue ganando independencia en todos estos años”, relataron la enfermera y el enfermero que lo asisten.
La casita asistida se constituyó en su primer hogar (así se llama a esta clase de vivienda compartida de los residentes). “Es una experiencia extraordinaria para alguien que nunca conoció lo que es vivir en una casa y tener vínculos de comunidad”, destacó Raquel.
Enzo
En la casita al fondo, detrás del patio verde, viven Enzo y Daniel. La casita es de ladrillo visto y techo a dos aguas. A simple vista se percibe un espacio alegre, ornamentado con los cuadros coloridos que fueron pintados por Enzo. Se externó del hospital hace 13 años, junto a su compañero Hugo, quien falleció en 2020 de Covid.
Enzo tenía dos años cuando perdió a su papá y luego transitó por diferentes situaciones de internación junto a su madre. De joven, con la muerte de su madre, fue derivado al Cotolengo Don Orione, y de ahí a la Colonia en Oliveros, con un derrotero de diagnósticos que lo sentenciaban como “insano irrecuperable”. Sin embargo, su vida en la casita asistida desde hace 13 años viene mostrando lo contrario.
Desde su salida a una nueva vida, Enzo se dedica a ser artista plástico y a cuidar de su gato. En esta nueva experiencia retomó la escuela primaria, y la terminó. Sus diplomas enmarcados en el comedor, los luce junto a sus cuadros. Y goza de ingresos propios, provenientes de una pensión derivada de su mamá, con la que decide su administración de manera autónoma y con apoyatura del equipo. En el año 2015 se produjo el levantamiento de su insanía, considerada por un juez como injustificada.
"Con Enzo fue el primero que esbozamos las salidas terapéuticas. El primer paso para producir externaciones fueron las salidas terapéuticas, dispositivo instuticional clave en el abordaje para reconectarlos con el afuera, restituir o inaugurar derechos, como a la identidad y la filiación, recomponer los lazos familiares que pudieran tener, generar recursos simbólicos y económicos. Son historias de vida que fueron arrasadas por la lógica manicomial”, estableció la trabajadora social.
Recordó entonces sobre el comienzo del proyecto Cada casa un mundo: “Empezamos a pensar con ellos un lugar posible en el afuera para vivir y nosotras para trabajar, junto a ellos. Esto provocó que nos externáramos: ellos y nosotras, porque entendimos que permanecer trabajando en el encierro de lógica manicomial, nos resultaba una aporía. Para salir de la paradoja de defender los derechos humanos y al mismo tiempo seguir sosteniendo instituciones y acciones fundadas en la custodia y la tutela", aseguró Raquel.
Enzo durante casi toda su vida fue una persona que no hablaba, “estaba completamente aislado en lo social. Ahora está inserto en la comunidad, sobrelleva una vida digna compartida con la vecindad de Oliveros, y sigue pintando con la apoyatura de una artista que viene una vez por semana a enseñarle, y participó en varias exposiciones de arte en museos y centros culturales de Rosario y hasta en Buenos Aires”, destacó.
El don de la pintura lo comenzó a desarrollar en el taller de arte de la artista plástica Fabiana Imola, en el Área cultural de La Colonia. Algunas de sus obras (que emulan a Van Gogh) se expusieron en octubre en la muestra Enciclopedia del Inconsciente en el Centro Cultural Fontanarrosa.
Enzo decidió construir a un costado de su casa, su propio espacio de artes, donde junto a Daniel posaron para la foto y mostraron la obra de varios cuadros enmarcados, y un cartel grande de madera que establece: “Taller de arte de Enzo Núñez”. Consultado sobre su recuerdo de la vida en Oliveros, Enzo aseguró que no la extraña, y con una voz arrastrada, dijo: “Tenía amigos, pero eran malos”.
Daniel
Daniel es el más joven de los tres residentes, y es el que cocina, mientras que Enzo lava y seca los platos. Hablaba con entusiasmo de la convivencia en la casita del fondo junto a su compañero. Fue externado en 2021, un tiempo después del fallecimiento de Hugo, y durante unos meses tuvieron un período de adaptación para conocerse. Mientras Daniel relataba sobre la convivencia, Enzo tomaba mate y fumaba varios cigarrillos al hilo, y una ventizca que levantó las hojas dio el aviso de la tormenta inminente, y hubo que cerrar el ventanal para guarecerse.
“Nos llevamos bien, ¿no Enzo?”, dijo Daniel cuando fue consultado sobre esta nueva vida conjunta que ya lleva tres años. Enzo sonrió con la boca amplia y asintió con la cabeza, y lanzó un “sí” desgastado, pero que era aseveración. “Cuando me mudé me tuve que adaptar a sus costumbres y horarios. No me fue fácil, pero estoy a gusto”, agregó.
A diferencia de sus compañeros, Daniel no había estado antes en una institución, y estuvo alojado en la Colonia muchos menos años. Es un hombre fortachón. Papá de tres hijas. En su vida anterior trabajaba en transporte de cargas peligrosas en San Lorenzo, y así conoció muchas provincias argentinas. “Cuando terminé la escuela fui taxista, después manejé colectivos. Después camiones, y me pasé a cargas peligrosas. Para eso tuve capacitaciones, según lo que transportaba: explosivos, productos químicos o combustibles. Estuve en Petrobras y despues buscaba gas licuado de petróleo de Hipergas”, recordó.
Un día la vida que llevaba se derrumbó de un plumazo. La muerte de su madre, en un episodio muy traumático, lo desestabilizó psíquicamente, y esto derivó en su internación en el psiquiátrico. En ese marco fue acompañado en revincularse con sus hijas, lo cual se sostiene hasta la actualidad, de manera frecuente y fortalecida.
Cuenta que desde su externación, se reúnen a merendar un día al mes en una confitería de San Lorenzo. “La mamá me lleva a las chicas, comemos torta, se piden un exprimido y compartimos un buen momento. Desde que estoy acá, ellas me dijeron que me ven muy bien. Yo estaba como apagado por convivir con los locos. Acá estoy tranquilo”.
Repitió en varios momentos de la entrevista que el psiquiátrico de Oliveros no es un lugar para vivir. Entonces explicó cómo se vive estando internado allí: “Hay peleas muy violentas entre varios que se pegan fuerte. Cuando un paciente tiene una crisis, lo pichicatean con medicación y es atado para contenerlo. Ver eso me hizo mal. Cuando me propusieron venirme a conocer a Enzo para externarme, me alegró mucho”.
Los gastos
El funcionamiento de esta y de las demás casas asistidas se sostiene con el pago del alquiler a cargo de La Colonia, con un soporte acotado de alimentos provenientes de la DIrección Provincial de Salud Mental, y principalmente con los ingresis de los residentes en sus respectivas pensiones por discapacidad. Así, se conforma un fondo común para cubrir gastos de alimentos, impuestos, servicios, arreglos y mantenimiento de las casas. Como así también eventos especiales como cumpleaños, fuestas navideñas y de fin de año, o recreación en general, como es ir a comer en algún restorán lindo cada tanto. También constituyen ahorros individuales para sus gustos personales.
En pandemia conformaron una huerta, y la última adquisición fue una bordeadora, para que Daniel sea el encargado de mantener el patio. “Enzo con su dinero compró el aire porque sufríamos mucho con el calor. La mejor inversión que pudo haber hecho”, celebró sonriendo a su compañero.
Entonces Daniel enumeró sus actividades: “Acá lo que hacemos es cocinar, lavar la ropa. Enzo barre, juntamos la basura y la llevamos al contenedor. Yo no tengo voluntad de hacer mucho. Miro películas para no pensar. Me gustaría volver a tener un trabajo, pero no puedo. Cuando me empezaron a medicar, me explicaron que no iba a poder volver a conducir un camión de cargas peligrosas”.
Luego detalló que disfruta mirar Fórmula 1, y también mantenerse informado: “Aunque el domingo Colapinto chocó, lo vengo siguiendo y me gusta. Hago zapping, veo las peliculas de cable y canales de noticias. No me gusta el gobierno de Milei. No sé qué pensó la gente, me parece que es mala persona. Nos afectó a nosotros, porque no aumentó nunca la pensión por discapacidad”.
Enzo es cuidadoso con su gato blanco y gris, al que llamó Rubén, y por eso lo deja salir solo un rato, por la mañana, porque “se pasa al terreno de los vecinos o se pelea con la gata de al lado”. Es un gatito tranquilo, y no se queja de su encierro. Duerme en los pies de la cama de Enzo, y Daniel cierra la puerta de su pieza para que no lo despierte a la noche. “Me lo regaló un compañero de la escuela. No tuve mascota antes”, apuntó.
Cumpleaños y trabajo
En el encierro, producto de la serialización de los individuos, no se celebran los cumpleaños más que dos veces al año, en julio y en diciembre. Entre los grandes cambios que hicieron los externados fue comprender la importancia de que un día al año es su día especial, y celebrarlo como se debe: un asado o choripaneada en la parrilla que tienen en el patio. Y una torta con velita para soplar.
Daniel recordó que hace pocas semanas fue su cumpleaños, y lo celebró con sus tres hijas. Entonces rápidamente Enzo recordó que “falta poco para que cumpla 71 años”, y aclaró que espera su asado con los compañeros y con el equipo asistencial.
En el verano el plan es ir todos los residentes con el equipo terapéutico a un camping con pileta, una vez a la semana. “Es lindo, compartimos, nos refrescamos”, aseguró Daniel.
La vida de residentes conlleva la inserción en la comunidad que habitan, y de esa manera, Enzo ha asistido durante un tiempo a un templo con su amigo Hugo, quien era adventista. “Conocemos a los vecinos de esta cuadra y de la vuelta, a todos los que viven en las casas linderas, por el recorrido que hacemos para los mandados. Es una relación cordial”, dijo Daniel.
La la Cooperativa de Mermeladas y Conservas “Timbó”, a cargo del tallerista Martín Rodríguez, está a pocas cuadras de donde viven Enzo, Daniel y Argentino. Es un espacio de producción de mermeladas y conservas al que asisten algunos pacientes de La Colonia junto a residentes de las casas asistidas, dos veces por semana. “Ahí aprenden a producir y a comercializar, bajo el acompañamiento y supervisión de dos talleristas. Lo que se produce lo ofrecen en ferias del pueblo, en algunos negocios o de boca en boca. Y de la venta, un porcentaje es para el trabajador y otro se destina a la cooperativa para seguir comprando insumos y garantizar la producción”, explicó Raquel.
Sobre su experiencia en la producción en Timbó, Daniel narró: “Me mantiene entretenido. Cocinamos las conservas y las mermeladas, hacemos las cuentas con una planilla de gastos y verduras que compramos, anotamos el día de elaboración y de vencimiento”.
Las mermeladas son de frutas de estación. “Hace poco hicimos de frutilla, que compramos en cantidad a buen precio. El frasquito lo vendimos a 3 mil pesos, que se vende fácil. Mil fueron al fondo común y el resto nos lo quedábamos nosotros”, aseguró Daniel con orgullo. Enzo agregó: “Las compra la panadería Santa Isabel”. Entonces su compañero de residencia destacó la proeza comercial: “Nos compró 30 frasquitos para probar una semana, y nos siguió encargando. Se ve que se están vendiendo”.
El equipo interdisciplinario que trabaja en el dispositivo Cada casa un mundo, actualmente está conformado por las enfermeras María Carrizo y Gisela Picolo, los enfermeros Carlos Vechiuti y Emanuel Rodríguez, el compañante terapéutico Horacio Rodríguez y el operador de salud Nicolás Delena. Se sumaron en 2023 la psiquiatra Florencia Schiavulli y la trabajadora social Paola Muchiutti, junto a Raquel Rubio y la psicóloga Claudia Siri.
Las lógicas manicomiales
Las lógicas manicomiales son prácticas que conducen a la medicalización, al silenciamiento y a la exclusión social, que no dan lugar al valor de lo subjetivo. La colonia de Oliveros fue fundada en 1942 bajo un abordaje de psiquiatría biologicista, que establecía a sus internos como sujetos irrecuperables y peligrosos, por lo cual vivían en condiciones de aislamiento y hacinamiento deshumanizantes, en que se practicaba por ejemplo la lobotomía.
Con el fin de la última dictadura y en el proceso de recuperación de la democracia se revitalizaron las políticas del campo de la salud mental. En el psiquiátrico, en el período comprendido entre 1984 y 1990 se impulsó un Programa de Externaciones, que permitió reducir la cantidad de pacientes internados de 1250 a 600. En ese período se formaron los primeros equipos interdisciplinarios que emprendieron sucesivos procesos de reforma para revertir la lógica manicomial.
Equipos interdisciplinario que impulsaron el proceso de reforma en La Colonia, fueron quienes impulsaron la ley provincial de Salud Mental Nº 10.772, aprobada en el año 1991, la cual impulsa la implementación de dispositivos de desmanicomialización y plantea el derecho a un tratamiento que restringiera menos la libertad del paciente, y su retorno a la comunidad de pertenencia.
Los hospitales psiquiatricos a partir de la nueva ley de Salud Mental se encuentran camino a transformarse de monovalentes a polivalentes, para asistir en todos los aspectos de lo agudo en la salud a los vecinos de su región. La colonia de Oliveros es uno de ellos. “Actualmente hay 76 personas que fueron externadas de los nosocomios, y alrededor de 200 permanecen aun en los tres hospitales psiquiátricos de la Provincia. Pero el proyecto en el marco de la ley de Salud Mental es una transición de externar a cada uno a partir de la creacion de mas dispositivos habitacionales”, precisó Victoria Mancini, directora del Área de Salud Mental provincial a este medio.
Los 76 externados se encuentran anclados en sus barrios, se atienden en el centro de salud y se vinculan con los vecinos. Tienen su medico, psicólogo y psiquiatra, como cualquier ciudadano. Algunos participan de talleres culturales y socioproductivos, algo que les permite insertarse laboralmente y percibir ingresos.
Los dispositivos habitacionales son 22 actualmente, de los cuales 16 son casas compartidas con bajo nivel de asistencia. Allí residen dos a cuatro usuarios/as con mucha autonomia. "Todos fueron externados de internaciones en hospitales monovalentes, y todos continúan con acompañamiento de equipos de profesionales en los centros de salud de sus barrios", aclaró Mancini.
Hay cinco casitas asistidas en la colonia de Oliveros, que tienen un mayor nivel de asistencia, es decir que siguen siendo pacientes pero con cierta autonomía intermedia.
La mayoría de los que fueron externados residen en la ciudad de Rosario: son 11, que estuvieron en el hospital Agudo Ávila. Una en San Lorenzo, cuatro en Oliveros en el pueblo, y hay uno en la ciudad de Santa Fe. Y por último, un hostal asistido en la ciudad de Maciel, que es el que posee más niveles de asistencia de los equipos terapéuticos. El Centro Territorial La Posta los asiste en los procesos singulares de cada uno.
Dónde acudir
Para consultas en asuntos de Salud Mental, todo vecino puede acercarse a su centro de salud mas cercano a su domicilio, donde se lo atenderá y realizará la derivación correspondiente. En una situación critica, se puede acudir a la guardia general de cualquier hospital, ó llamar al 107.