A lo largo de su vida, Donald Trump, siempre mostró su capacidad negociadora como su gran carta de presentación. Empresario hecho a sí mismo, artífice de transacciones millonarias y autor de “El arte del acuerdo”, confía en que la política exterior se rige por reglas similares a las del negocio inmobiliario. Durante su campaña aseguró que podría resolver la guerra en Ucrania “en un minuto”. Hoy busca demostrarlo. No solo quiere cerrar el conflicto, sino que hasta fantasea con un Premio Nobel de la Paz. Pero, ¿cómo piensa lograrlo?

En esta partida de ajedrez geopolítico, Trump elige a un jugador poco ortodoxo como su emisario: Steven Witkoff. Un magnate inmobiliario sin experiencia diplomática, pero de su entera confianza. Para el Presidente, la política es cuestión de instinto y lealtad, no de carrera diplomática. Ya lo hizo con su yerno, el judío Jared Kushner, en Medio Oriente durante su primer mandato. Ahora lo intenta con Witkoff. Esta nueva figura ha tenido un papel destacado en noviembre -cuando todavía Biden era presidente- en las negociaciones entre Hamás e Israel por el inicio de la tregua e intercambio de rehenes y prisioneros.

Donald Trump junto a Steve Witkoff, representante especial de EEUU para la guerra en Ucrania (REUTERS/Carlos Barria)

Lo cierto es que Witkoff -que estuvo reunido con Putin este jueves en Moscú- viene de un primer encuentro con el mandatario realizado a mediados de febrero de 2025. Fue la primera vez que un funcionario de tan alto rango confluye con el líder del Kremlin luego del inicio del conflicto. Estuvieron reunidos tres horas y media y acordaron la liberación de un ciudadano norteamericano preso en Rusia por posesión de marihuana. Luego del encuentro -al que dicen que Witkoff asistió sólo- éste relató que está “desarrollando una amistad, una relación” con Vladimir. Los hechos muestran que fue bien recibido.

Se piensa que este protagonismo que está adquiriendo Witkoff podría generar recelos en el Secretario de Estado, Marco Rubio. Pero éste nunca habría podido sentarse a instancias de Putin porque lo ha llamado desde criminal de guerra hasta carnicero, por lo que hubiera sido difícil entablar negociaciones con estos precedentes. A diferencia de lo que se podría creer, Rubio ha expresado que Witkoff es una persona fantástica con quien habla con frecuencia. Aunque su tono afable puede generar cercanía, la pregunta sigue siendo si está capacitado para leer entre líneas a un negociador implacable como el líder ruso. 

El desafío con Steven Witkoff no es solo su inexperiencia diplomática, sino el riesgo de que funcione más como un amplificador que como un filtro en su diálogo con Putin. Al no contar con una comprensión profunda sobre la política rusa, podría malinterpretar los mensajes de Putin o no captar las sutilezas de sus declaraciones. Por lo que corre el riesgo de trasladarle a Trump una versión distorsionada de la realidad. Si esto ocurre puede llegar a dificultar aún más cualquier intento de negociación. Estos temores se ven acrecentados porque Witkoff se maneja con un círculo muy reducido de expertos. Aún cuando cuenta con todos los recursos de política exterior a su disposición.

Manifestantes con máscaras del presidente ruso Putin y del presidente estadounidense Trump asisten a una manifestación llamada "¡Estados Unidos, despierta!" contra la administración Trump y en apoyo del pueblo ucraniano y estadounidense, frente a la Embajada de Estados Unidos en Kiev, Ucrania (Efe)

La diplomacia negociadora de Trump, que viene del mundo inmobiliario, es transaccional: “Te doy esto, me das aquello”. Una mera compra-venta. El norteamericano juega sus cartas buscando un “logro” rápido: un cese al fuego en Ucrania que le permita presentarse como pacificador. Pero Putin opera con una visión de largo plazo, construyendo redes de poder que van mucho más allá de un ciclo electoral. Para el Kremlin, cada movimiento es parte de una jugada mayor. Y si bien aprecia el giro de la Casa Blanca a una postura menos hostil, no se dejará engañar por la necesidad de Trump de anotar un triunfo rápido.

El mandatario ruso -que lleva 25 años en el poder- no improvisa ni actúa por impulso. Su juego es estratégico y de largo plazo, con una hoja de ruta clara: asegurar su legado y reafirmar la influencia rusa en la región. Paciente y calculador, entiende la guerra en Ucrania como una pieza clave en su visión geopolítica y no piensa ceder fácilmente el terreno ganado. Su objetivo es asegurarse una victoria indiscutible y mantener bajo control los territorios ocupados. Mientras Trump negocia en clave de relaciones públicas, Putin lo hace en términos de estrategia histórica. No tiene apuro porque sabe que el tiempo juega a su favor.

Trump y Putin (BBC News Mundo)

Si bien el acercamiento de Trump le resulta conveniente, Putin sabe que no puede tensar demasiado la cuerda: éste es volátil y personaliza los conflictos. Lo que hoy es un intento de tregua, mañana podría convertirse en un enfrentamiento directo si se siente desafiado o traicionado. En tanto, el problema para el mandatario republicano es que no está negociando con un rival débil. El líder del Kremlin ha demostrado que no teme el aislamiento y que sabe cómo explotar las divisiones internas en Occidente. No regala concesiones. En cada trato, mide el peso de cada palabra y cada gesto. Su horizonte no es un triunfo efímero, sino la restauración del poder ruso en el mapa global. 

Mientras Trump tiene prisa y busca resultados inmediatos y titulares grandilocuentes, Putin sigue un plan de consolidación del poder que no depende de elecciones ni de encuestas. Éste conoce muy bien que las victorias no obedecen solo a la fuerza militar o la diplomacia formal, sino a la habilidad para moldear narrativas, resistir presiones y consolidar apoyos. En este pulso entre dos líderes que se presentan como dominantes, soberbios, desafiantes y ambiciosos, la diferencia está en la paciencia. Y en eso, el ruso lleva la ventaja.