Desde su formación en 2009 el Brics, un grupo de países de mercados emergentes, ha intentando presentar un frente unido contra lo que consideran un orden mundial injusto hecho por y para Occidente desde 1945. Hay quienes lo presentan como la contracara del G7. Este 2024 su cumbre anual se realizó en Kazán, Rusia y le sirvió a Vladimir Putin para demostrar que su país no es ningún paria, como intentan hacer ver Estados Unidos y sus aliados. Éste recibió a decenas de mandatarios en su tierra y logró resguardarse de la orden de arresto que pesa en su contra emitida por la Corte Penal Internacional.
Estos tres días de encuentros multilaterales, reuniones bilaterales e incorporación formal de nuevos miembros han dejado aristas jugosas que analizar. Están relacionadas principalmente a la diversidad de sus integrantes. Los fundadores son Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En tanto este enero, se unieron al grupo Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía. También debían incorporarse Arabia Saudita -que no confirmó su decisión- y Argentina que se retiró. Lo hizo sin siquiera un debate interno, y por cuestiones ideológicas del gobierno recién asumido de Javier Milei.
A esta decimosexta cumbre, a orillas del Volga en una ciudad tártara, asistieron más de dos decenas de líderes internacionales y 36 delegaciones de países. La importancia del encuentro lo demuestran las presencias del presidente chino, Xi Jinping; el primer ministro indio, Narendra Modi; el mandatario sudafricano, Cyril Ramaphosa, el flamante presidente iraní Masud Pezeshkian y el líder egipcio, Abdelfatá al Sisi. También asistieron invitados de países que no forman parte del grupo, entre ellos el mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, y una delegación palestina.
Uno de los hechos que marcó el evento -y que logró enfurecer al gobierno de Ucrania- fue la presencia del Secretario General de Naciones Unidas en territorio enemigo. Éste se reunió cara a cara con Vladimir Putin por primera vez desde abril de 2022, apenas iniciado el conflicto militar. En esta ocasión, Antonio Guterres ha reiterado su posición histórica de que la invasión rusa de Ucrania constituye una violación de la Carta de las Naciones Unidas y del Derecho internacional. Sin embargo, este hecho se sumó a la negativa de Guterres a participar en la cumbre de paz de Suiza en junio de este año, donde tampoco se hicieron presentes ni Rusia ni China. Lo que indignó a Zelensky.
Quien pensaba asistir y no pudo debido a un accidente doméstico fue el presidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva. Se resbaló en el baño de su residencia, el palacio de Alvorada, sufrió un importante corte en su cabeza y lo tuvieron que suturar. Un golpe similar y en el mismo lugar sufrió Jair Bolsonaro en 2019. La gravedad del incidente hizo que la recomendación médica fuera no viajar en avión. Se podría decir que llegó en un momento oportuno para la diplomacia de su país por varias razones.
Primero, fue un alivio que Lula no se encontrara cara a cara con Nicolás Maduro. La relación está muy tensa luego de las elecciones del 28 de julio y la insistencia del gobierno petista de que se muestren las actas. Además, el veto de Brasil al ingreso de Venezuela como “miembro asociado” al Brics+ ha disgustado mucho a éste. En un comunicado de cancillería se la consideró como “una acción que constituye una agresión a Venezuela y un gesto hostil”. El asesor de Lula, Celso Amorín, expresó que consideraba “inoportuna” la incorporación. En tanto, los países de la región que sí fueron admitidos son Cuba y Bolivia.
Otro evento que la ausencia de Lula le ahorró fue una foto con Vladimir Putin, que le podría haberle generado a Brasil tensiones innecesarias con Washington y otros actores occidentales. También le permitió eludir momentáneamente el apoyo de su gobierno al “Plan de paz para Ucrania” propuesto por China y que favorece a Rusia. Otro tema que disgusta a occidente. Y por último, Lula evitó una eventual reunión con el presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, en un momento en que el país vive una escalada con Israel.
Una de las fotos más esperadas de la cumbre fue la de Vladimir Putin con el mandatario chino. El presidente ruso ha expresado que la cooperación entre ambos países “es polifacética, entre iguales, mutuamente beneficiosa y absolutamente incondicional”. Y que su objetivo es “garantizar la seguridad global y un orden mundial justo”. En el mismo sentido se expresó Xi Xinping afirmando su “inquebrantable” amistad con Rusia. En tanto la reciente incorporación de Irán, le permite al país persa romper el aislamiento internacional y reforzar la alianza anti-occidental en el Brics+.
De todas maneras, la mayoría de los miembros en este grupo, sostiene relaciones estrechas con Occidente y es improbable que arriesguen esas conexiones llevando sus lazos con Moscú a un nivel demasiado cercano. Esto le ocurre a China pero también a Brasil e India. Si bien consideran al Brics+ como una herramienta para reformar el actual orden mundial, no pretenden enfrentarse directamente a él. Y buscan cierto equilibrio y mantienen, o priorizan dependiendo el momento, los lazos con Estados Unidos y Europa.
De acuerdo con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, el principal objetivo de esta alianza es “modificar el sistema de gobernanza global”. ¿A que se refiere con esto? A reformas en los organismos internacionales creados luego de la Segunda Guerra Mundial donde hay un claro predominio occidental. Hace décadas que el país de Lula insiste con la ampliación de miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En tanto, dentro del Brics+ se busca la construcción de alternativas al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para “fomentar las economías emergentes”.
Hasta ahora se ha logrado la creación de dos instituciones clave: el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), una entidad financiera encabezada por la ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, concebida como el primer banco para las economías emergentes, con el cual buscan competir con el Banco Mundial. Por otro lado, el Fondo de Reserva Contingente (CRA, por sus siglas en inglés) que se presenta como una alternativa al FMI.
Fue creado para asistir a los países Brics+ que enfrenten problemas de liquidez en dólares estadounidenses, una moneda que sigue dominando en el ámbito internacional. Su gravitación aún no es muy fuerte, pero es probable que lo sea a futuro.
En este contexto el gobierno de Javier Milei ha desperdiciado una oportunidad histórica para generar o afianzar vínculos políticos. Como país mediano, Argentina podría haber contribuido a engrosar el volumen democrático del bloque y además obtener beneficios económicos y financieros con muy poco costo ideológico (que es lo que le preocupa al libertario) gracias a la diversidad de sus integrantes. Un factor que colabora es la capacidad del país para producir alimentos que cubran la demanda global. A esto se suma, que pertenecer al Brics+ ayudaría a cimentar la influencia de Argentina en diversos asuntos de la agenda global.
Este grupo ampliado hoy en nueve miembros incluye tanto a aliados como a adversarios. Dentro de su informalidad, conviven democracias y naciones no democráticas. Algunos países, como Rusia e Irán, confrontan con Estados Unidos. Otros como Egipto, cuentan con su apoyo militar o albergan sus bases como Emiratos Árabes Unidos. O por ejemplo, la recién incorporada Etiopía representa a los países más empobrecidos, mientras que China se destaca como la segunda economía mundial. Mientras que algunos miembros importan petróleo y gas, otros son productores.
Es la diversa naturaleza del Brics+ lo que lo hace difícil de encasillar y en ello reside su fortaleza. La amplitud de sus perspectivas y su capacidad para reunir a países que, aún con diferencias políticas y económicas profundas, coinciden en cuestionar el orden global actual y creen poder cambiarlo. Allí se encuentra la semilla de su futuro crecimiento. En un mundo donde las economías emergentes buscan hacer contrapeso a los poderes tradicionales, el Brics+ avanza. Mientras tanto, Argentina adrede decide pasivamente mirarlo desde afuera.