El primer debate presidencial reflejó, de alguna manera, la situación en que cada candidato llega a las elecciones del 27 de octubre: se vio la polarización entre Alberto Fernández y Mauricio Macri, con el referente del Frente de Todos como dominador de una escena que lo tuvo siempre a la ofensiva y algún que otro contraataque del presidente, que intentó en todo momento explicar que la crisis no es fruto de su gestión sino que es algo que viene de lejos y por lo tanto compromete a varios gobiernos peronistas.

Los otros candidatos fueron actores de reparto. En algunos casos por un desempeño algo errático en cuanto a lo discursivo –Juan José Gómez Centurión no supo manejar los tiempos y Roberto Lavagna pareció algo falto de energía– y en otros porque si bien estaban allí en pie de igualdad, el protagonismo político que tienen es marginal. Espert, de todos modos, se mostró bien preparado desde lo televisivo y junto con Gómez Centurión intentó demostrar que hay lugar a la derecha del gobierno. Mientras que Nicolás del Caño metió alguna que otra sorpresa, como cuando dejó transcurrir su tiempo en silencio, en homenaje a las víctimas de la represión en Ecuador.

Fernández vio en el debate la posibilidad de consolidar la ventaja que sacó en las Paso y asumió el protagonismo de entrada, con definiciones contundentes y un discurso agresivo hacia la gestión de Macri, a quien acusó en repetidas ocasiones de mentir y de desconocer la realidad. Se le notó la experiencia política, la capacidad discursiva. En varios pasajes jugó en tándem con Lavagna, que evidentemente entendió que tiene más posibilidades de sacarle sufragios al jefe del Estado que al candidato del Frente de Todos.

El presidente se mostró seguro de lo que decía, claro, aunque tuvo algún desliz, como cuando definió que el Pami, una obra social, era una “empresa del Estado”. Intentó explicar la crisis desde una historia de décadas y no de los cuatro años de su gestión. Y se plantó como un referente moderado, aunque la agresividad de Fernández en algún momento lo sacó de ese lugar y hasta aprovechó para decir que eso mostraba que el kirchnerismo no cambió.

Intentó sacar pecho en los temas Relaciones Internacionales y Derechos Humanos, en los que pudo exponer aristas que considera positivas de su gestión o flaquezas de su adversario, como la postura sobre el tema Venezuela. Padeció el bloque sobre Economía y Finanzas y fue claramente refutado cuando dijo haber encabezado una "revolución eucativa".

Macri fue, a la vez, blanco no sólo de las críticas Fernández. Los otros cuatro también le pegaron principalmente a él y sólo Del Caño atacó con algo de fuerza a Alberto Fernández, por ejemplo en el tema educativo, cuando lo ubicó al gobernador de Chubut, Mariano Alcioni, dentro del Frente de Todos.

Así, el debate fue más caliente e interesante que lo que las limitaciones del formato parecían definir. Una instancia tan positiva desde el punto de vista democrático, tuvo a la vez una arista en ese sentido negativa: la amplificación del discurso de negación del terrorismo de Estado que encarnó Gómez Centurión.

Desde el punto de vista electoral, el escenario de cara a lo que viene parece sostenerse: no pasó nada que haga presumir un cambio de tendencia a favor de uno u otro candidato, aunque aún falta otro debate, la semana que viene.

Negocio para Alberto Fernández, que es el que lleva la delantera y se consolida como favorito de cara al 27 de octubre. Pero acaso también para Macri, que aún en la derrota pretende quedar en pie como el representante de esa Argentina que después del 10 de diciembre, si se sostienen las actuales tendencias, se plantará en la vereda de enfrente de un eventual gobierno peronista.

Sí, sigue el país de la grieta.