“Uno de estos días voy a cortarte en pedacitos” 
("One Of These Days", Pink Floyd) 

La cosa empezó con un tuit y una charla de verdulería. Mejor dicho, al revés. La vecina comentaba con un zapallo en una mano y la otra apoyada en el mostrador que “de esta sólo se salvan los más fuertes. Y los viejos no son fuertes. Hay gente que no la va a pasar. Y bueno, es así”.

El remate me detonó las amígdalas: “Yo ayer me fui al parque a caminar con mi hija”.

Entumecida por una angustia repentina que tenía una cara, la de mi vieja, busqué alrededor alguien que me ayudase a tragar. Pero no pasó.

Tanto el verdulero como la otra vecina asentían con la cabeza. Y para cuando la charla entraba en un intercambio místico, el cuerpo se movió solo y con un gesto en cuatro tiempos: me adelanté, puse la fruta en la balanza, pagué y salí.

Entre (auto)reclamos y preguntas caminé la cuadra y media. ¿Por qué no la paré? ¿Por qué no le expliqué lo riesgoso de su conducta? ¿Qué cosa consumís que te pone por encima del resto?

La mutualidad es un ejercicio cotidiano que nunca se aprende del todo. Es verdad que "las crisis suspenden el sentido común" pero la máxima darwiniana sobre la supervivencia tiene vida propia, más allá de los contextos.

La cosa siguió con el tuit: “¿El buchón deja de serlo por una buena causa?” Para el caso, “buchón” sería quien denuncia a otra persona por incumplir el aislamiento (“la buena causa”).

Otra vez la rueda mental empezó a girar y a llenarse de dudas. Entre el miedo –al coronavirus y al virusfascista–, el polisémico poder encastraba en cada hueco.

¿Tengo que denunciar a mi vecina porque salió a pasear con su hija o no tengo denunciar a mi vecina porque aumentó las chances de circulación del covid-19?

A la pesca de algo que me distraiga salí al balcón, el gran panóptico urbano de estas últimas semanas. En un movimiento lateral de cabeza te encontrás con otras personas en tu misma situación: ¿buscando aire?

¿Cuántas Comunidades del Anillo harían falta para desmontar las varias Torres de Mordor de mi cuadra? El encierro habilita alucinaciones.

Claro que en esos espacios (con y sin reja) de los que cuelgan plantas y ropa también respiran aplausos, canciones, el músico, la música, la nena que juega a la pelota, el nene que tira cosas a la vereda y el perro que ya perdió la cuenta de los paseos que tuvo en las últimas 48 horas.

Entre quien entiende que el aislamiento social obligatorio dispuesto por el gobierno nacional es la norma y la cumple, quien acomoda el decreto a sus ganas y quien reclama el Estado de sitio (¡la suspensión de todas las garantías porque no podés quedarte en casa!) hay un regodeo con el poder.