¿Qué no se ha dicho aún sobre el terrorismo. Conocemos cómo infunde miedo, propaga odio, destruye, mata. En los últimos años fue cambiando de forma, mutando y, como nuestra sociedad, es cada vez más global: ataca en una parte pero repercute en múltiples, y a veces distantes, lugares.

Según la recolección de datos realizada por la Universidad de Maryland en los Estados Unidos, en el año 2017 se registraron 650 atentados terroristas alrededor del mundo. Según estos datos, hubo ataques terroristas en 67 países causando, en cada uno de ellos, al menos, una muerte. El terrorismo no distingue entre credos, género o edades: se propone matar y lo hace indiscriminadamente.

Así como en 1992 y 1994, este terrorismo global atacó nuevamente a la Argentina hace exactamente dos años. El 31 de octubre de 2017 Sayfullo Saipov atropelló con una camioneta a una decena de personas que circulaban en una ciclovía en Nueva York. El saldo fue de ocho víctimas fatales de tres nacionalidades distintas. Cinco de esas víctimas eran compatriotas, rosarinos: Hernán F., Diego, Alejandro, Ariel y Hernán M. quienes tristemente ya no están con sus hijos, ni con sus esposas, ni con sus padres; ya no están con nosotros.

El terrorismo arremete contra una batería de valores y creencias propias del mundo “libre”; paradójicamente esta misma y única palabra “libre”, era la que se leía en las remeras del grupo de amigos rosarinos al momento de abordar su viaje. En Argentina sabemos si de libertad, y también de ataques terroristas, pero de lo que no sabemos aún es de justicia. El terrorista que mató en Nueva York fue detenido casi inmediatamente y se espera que en abril de 2020 comience su juicio. Ni los cientos de víctimas del atentado contra la Embajada de Israel y contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (Amia), ni el resto de los ciudadanos argentinos que simplemente tuvimos la suerte de no estar en el lugar y el momento equivocado para morir, a más de 25 años de los atentados, aún no conocemos de justicia.

Solemos quedarnos con solo las crónicas policiales de los atentados terroristas, y solemos asociar como víctimas a ese número de personas que allí mueren. Cuando hablamos de las víctimas del terrorismo no pensamos en quienes sobrevivieron, ni en los familiares que sufren la pérdida de un ser querido. Ellos también son las víctimas del terrorismo, y es nuestro deber como sociedad acompañarlos y sostenerlos. No podemos invisibilizarlos, no debemos darles la espalda ni olvidarlos.

También el Estado tiene una tarea crucial, debe evitar que esta clase de hechos ocurran y, para los casos inevitables, debe trabajar en lo que se conoce como gestión de crisis: dar una respuesta eficiente y veloz que minimice daños y lleve tranquilidad a la sociedad. Al mismo tiempo que debe intensificar la cooperación internacional ya que, como dijimos, el terrorismo no reconoce fronteras y sin un trabajo mancomunado resulta muy difícil poder hacerle frente. 

¿Qué no se ha dicho aún sobre el terrorismo? Probablemente no queda ya mucho por decir, pero sin lugar a dudas, si quedan muchas cosas por hacer. 

Claudio Epelman es director Ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano