"En esta puta ciudad, todo se incendia
y se va, matan a pobres corazones"
(Fito Páez)

 

Un nene de tres años murió en la calurosa y pesada noche del miércoles en Crespo y Presidente Quintana, en barrio Alvear. Estaba junto a su padre, de 27 años, cuando fueron atacados a balazos desde una moto. El pequeño sufrió un disparo con orificio de entrada y salida en el pecho y falleció en el hospital Víctor J. Vilela. 

Samir Federico Riquelme probablemente hubiese podido estudiar y trabajar de lo que quisiera. Bombero, futbolista, médico, aviador, o algunos de esos oficios que se desean desde muy chiquito. Pero no podrá porque la violencia se lo llevó sin pedirle permiso. 

Lamentablemente, el pequeño integra ahora la extensa nómina de 25 crímenes entre enero y los primeros días de febrero. Para las estadísticas oficiales es un homicidio doloso más; un número, de esos que al final del año se comparan con respecto al año anterior, como si las vidas fueran sólo indicadores.

Samir no está más. Tampoco su padre. Y pasa. En Rosario las muertes pasan. A una muerte le sucederá otra igual o más violenta y de alguna forma se asume que eso ocurrirá. Es tal el nivel de naturalización de la violencia que, en algunos sectores de la sociedad, existe el prejuicio de que los crímenes cometidos en determinados barrios de Rosario sólo están ligados al delito. "Se matan entre ellos", es una frase que se lee con frecuencia en usuarios de las redes sociales o se escucha cuando se debate sobre la violencia y los asesinatos. Como si víctimas y victimarios ya estuvieran predestinadas a matar o morir.

Ajuste de cuentas, le dicen las autoridades, y de alguna forma se desligan así de lo que sucede en la calle. Porque no es inseguridad, "se matan entre ellos". Es una interpretación que confunde: como si los propios ataques a balazos a las personas no fueran hechos de inseguridad en un barrio como un arrebato, un escruche o una entradera. 

¿Pero realmente "se matan entre ellos"? De los once asesinatos ocurridos este año en el marco de la disputa entre las bandas de los Caminos y los Funes, en al menos tres casos las víctimas eran totalmente ajenas a esta violenta puja territorial: Luis Tourn, Sofía Barreto y Dante Gago. Ellos murieron por el simple hecho de estar en el momento y lugar equivocados. Y porque simplemente fueron víctimas de personas que manejan las armas como billetes y las vidas como monedas. Dispararle al blanco equivocado es un margen de error previsto en los tiradores. Lo mismo le pasó a Samir. 

En la letra de la canción "Ciudad de Pobres Corazones" de Fito Páez está la frase: "En esta puta ciudad todo se incendia y se va, matan a pobres corazones". El incendio es continuo y no se sofoca. Lo que sí se apagan son las vidas en forma violenta. Con demasiada frecuencia.