Hay un lugar común instalado y está relacionado con que no nos importa la selección. Esa afectación tiene en Rosario una de sus sedes más visibles. Ya desde el Mundial de Brasil se escuchan voces que, en ese sentido, hacen proliferar el mensaje. Ese mensaje viene empapado de dos sentimientos: el primero se relaciona con la necesidad de evitar el dolor y el segundo con la nostalgia.

“No hay clima de Mundial”, se escucha en eco por las oficinas. “La selección no conmueve” repiten. Es raro lo que les ocurre. Cómo puede alguien, que hace gala de amar al fútbol, no conmoverse con una apilada de Messi o con un caño de Di María sobre la raya y, a su vez, delirar con un pase mal dado –con el perdón de los profesionales– de Sills o de Cabezas. Claro que no deliran por eso, lo que aman es la cercanía, la pertenencia, el hecho de formar parte de un ritual con amigos que los une semana a semana. No aman al juego.

De todas maneras, ese sentido de pertenencia también les llega en algún momento por la selección. Aunque sea en su fuero más intimo. Cuando el Mundial todavía se ve lejos hay un poco de desdén, pero después se van soltando a medida que rueda la pelota. Claro que la empatía crece si Argentina gana, sino “son unos fracasados”, “unos millonarios que no tienen ganas de venir a defender la camiseta”. La camiseta como símbolo de la bandera, la camiseta  como emblema de la pertenencia, esa que se lastima en la derrota y sobre la que ponemos una coraza para que no duela. Entonces, asumimos que no nos importa.

Pero si fuera así como se entiende que desde Argentina se hayan comprado más de 60 mil entradas para viajar a Rusia; cómo se explica que la discusión del entrenador con un agente de tránsito (por cierto condenable) sea un escándalo nacional durante varios días; cómo se explica que Messi sea la estrella publicitaria que es; cómo se explica que la venta de figuritas del Mundial sea noticia por varios días en todos los portales informativos y que los chicos en las escuelas lo metan dentro de sus mochilas incluso antes que los cuadernos y las carpetas. Ahí se inicia la otra fase, la de la nostalgia.

Sentimos que no le importa a nadie porque no nos importa a nosotros, los adultos. Más bien, ya no nos importa cómo nos importaba antes, cuando todo nos hacía ilusión, cuando nuestros únicos intereses eran esperar que arranque el Mundial para ver por la tele –y a todos juntos– a los que antes no veíamos muy seguido. La mirada del adulto le imprime un tono de menosprecio porque otras cosas son las que lo desvela: el trabajo, el dinero, la familia, las responsabilidades que todo ello implica. Y está bien que así suceda porque las cosas realmente importantes están en otro lado. Pero el desprecio está de más. Hay algo del orden de “todo tiempo pasado fue mejor” en esa idea. Sí, lo que fue mejor es que antes eras joven. Lo que extrañás es la juventud, tu juventud. Eso es nostalgia.
 

La capital del fútbol
 

 Es muy especial lo que pasa en Rosario, donde el descrédito por el otro se potencia. Además, el protagonismo que ha tenido el fútbol rosarino en los últimos tiempos y a lo largo de la historia ha sido importantísimo. Por eso es más llamativo. Entre los protagonistas actuales hay ahora 6 rosarinos: Messi, Di María, Banega, Lo Celso, Ansaldi y  Guzmán; que por transitividad podrían sumarse al sanlorencino Mascherano y al casildense Armani para aumentar a siete nombres de la región, a no más de 50 kilómetros a la redonda. Ni hablar si se agrega al entrenador y a muchos de sus integrantes del cuerpo técnico entre ellos Beccacece y Lionel Scaloni. Este presunto desinterés no es nuevo, le ocurrió a Martino y a Bauza, también a Bielsa. Durante Brasil 2014, después de la semifinal del “hoy te convertís en héroe” y su épico cruce contra Robben, con Mascherano cruzábamos los Andes descalzos, pero cinco días después lo dejamos sólo para que se pudra como ex jugador. Es llamativa la coraza que nos creamos como ciudad para que no duela la derrota.

Faltan tres semanas para el inicio de una nueva Copa del Mundo y de una nueva ilusión, aunque algunos la escondan más que otros o esperen la caída para negarla. Algunos colegas serán los primeros en hacerlo y en insuflar ese sentimiento, ese despecho.

Los periodistas jugamos el minuto a minuto con la lista de Sampaoli. ¿Alguien seriamente puede pensar que el entrenador puso o dejó afuera a un jugador por cómo jugó el último domingo? No sería más propicio pensar que las elecciones de los futbolistas tienen que ver con un proceso de buenas actuaciones durante un tiempo determinado y que esas capacidades individuales además estén al servicio de complementarse con los que cumplen otros roles. A veces parece que nunca hubiéramos jugado a algún juego colectivo, ponemos el énfasis en el nombre cómo si lo único que valiera fuera el nombre. Y si no es el que elegimos el otro es el equivocado. Claro que Sampaoli puede equivocarse. Si se tratara de elegir por quien gana y por quien pierde el domingo que viene, vale recordar que pierden todos en algún momento. Los que se rasgan las vestiduras por Centurión o Lautaro Martínez bien podrían mirar con detenimiento el partido ante Sarmiento de Chaco, ya que tanto les importa el minuto a minuto. Es claro que no se quedaron afuera por ese partido. Hay factores más importantes que no haberle podido hacer ocasionalmente un gol a un equipo del Federal B; muchos de esos factores los desconocemos todos salvo el entrenador.

El gol de Mauro Icardi que el fin de semana le permitió ser el goleador de la Serie “A” y clasificar al Inter a la Champions lo volvió a situar en los medios y tras la lista, las quejas. Vale decir que las elecciones que hizo el entrenador, si bien se mira, pueden tener como argumento ese que les parece indispensable. Sampaoli eligió a los que ganaron. Se inclinó por Higuain y Dybala, los campeones de esa liga en la que Icardi (con seis de penal) fue goleador e hizo seis goles más que el cordobés. Claro que méritos hizo para estar, nadie niega su estirpe de goleador pero el entrenador debe tener sus argumentos para marginarlo.

El problema es aquí estamos para discutirlo todo, para tildar de fracasados a quienes cumplieron el sueño de sus vidas y para denostar a los millonarios que no quieren defender a nuestra bandera; mientras lo que realmente esperamos es que nos alegren la existencia porque los que deberían hacerlo están pensando en cómo hacerse millonarios a costa de nosotros, que seguimos sentados esperando que empiece el Mundial.