Con discursos surgidos del Pleistoceno, 38 senadores de la Nación -que representan más a su familia y a la manzana de su barrio, que a los casi 23 millones de mujeres argentinas (más de la mitad del padrón electoral)- pusieron el freno de mano y rechazaron la media sanción de Diputados al proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

Como las vías del ferrocarril, sus argumentos con anteojeras van paralelos a la realidad. Ni la tocan, ni la miran siquiera. Una de ellas, mujer, la sanjuanina Cristina del Carmen López Valverde, no se sonroja al admitir que no leyó el proyecto, pero que aún así, vota en contra. Otro, el formoseño José Mayans, desata la carcajada colectiva y alude al aborto legal, seguro y gratuito con la expresión “dale que va”.

El salteño Rodolfo Urtubey avala la violación intrafamiliar, y uno más cercano, el santafesino Omar Perotti recurre a la vergonzosa y cobarde abstención en un tema donde urge tomar partido. Y pretendiendo “abrazar a todas”, termina abrazándose a sí mismo.

“Nos están mirando”, gritó la senadora rionegrina Magdalena Odarda, y les pidió a sus colegas de recinto que tuvieran en cuenta a las mujeres protagonistas y destinatarias de la ley, pero ellos (y también algunas ellas) sólo veían el reloj y el propio ombligo. Pobres sus hijas, sus parejas y sus amantes, si es que todavía están bajo su influjo. Porque aún pagándoles la práctica sotto voce, las deben denigrar de la peor manera. Escuchándolos, es fácil imaginarlo.

En medio de tanta lejanía, de tanto divorcio con la vida de las mujeres, fue amable al oído escuchar a Pino Solanas reivindicando el derecho al goce y al amor antes que a la obligada cópula procreativa. Sonó contundente la aseveración de otra santafesina, María de los Ángeles Sacnun, quien sostuvo que “la muerte por aborto clandestino es femicidio por omisión del Estado”, y reconfortó el cambio admitido por Cristina Kirchner que justificó su viraje en las miles de mujeres que así lo piden.

Un capítulo aparte merece la errática vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, quien, además de seguir desconociendo reglamentos y protocolos, a casi tres años de ejercer la presidencia del Senado, a micrófono abierto insulta, emite juicios de valor y masca chicle con la boca abierta, desmereciendo su rol y su género.

Cerca de las tres de la mañana, sobre el final de la sesión, después de haber votado, mientras todos se levantaban de sus bancas desordenadamente, la televisión mostró una imagen en picado del recinto y a sus actores diminutos y huidizos. Cansados de tanta tarea. La imagen sirvió para comprobar una vez más, como si hiciera falta, que la Cámara alta no está a la altura.

Cuando eso sucede, la historia se impone y la calle terminará mandando. Será ley.