Entre la pila de experiencias de estos diez años de redactor en Rosario3.com, la más fascinante de todas fue la cobertura del Mundial de Fútbol 2010 en Sudáfrica. Junto a Javier Cigno y Lalo Falcioni (cronistas, pero sobre todo amigos de la vida), pasamos 40 días en el sur del continente negro y volcamos todas nuestras vivencias (profesionales y personales) en un blog que en su momento (y hoy también) fue un orgullo realizar.

Recurrí a esta evocación para traer a cuento una anécdota que pinta de cuerpo entero la potencia de la web (que borra fronteras y permite transportar de un lado al otro conocimiento, contenido audiovisual y opinión, entre tantas cosas), pero sobre todo para contar cómo nos dimos cuenta, de una manera descarnada, de la responsabilidad que significa escribir en un medio como este, que traspasa fronteras. 

Resulta que, después de un arduo trabajo de logística (y con algo de suerte), la delegación de diez personas que componíamos para la cobertura del Mundial 2010 (entre enviados de nuestro sitio web, de Radio 2 y de Radio Continental) cayó para su estadía de más de un mes en una imponente mansión del residencial barrio llamado Bedforview, en las afueras de Johannesburgo, casa anexa de un empresario dedicado a la perforación de pozos petroleros. 

El señor que nos alquiló este verdadero palacete (que ocupaba el mismo predio que su vivienda personal) contaba con un staff de diez personas a su cargo para el servicio doméstico y a nosotros nos asignó a la más simpática de todas: una morena llamada Thalita Molete, siempre alegre y bien dispuesta para acomodar el desorden y ayudar con la ropa a una horda de diez tipos incapaces de cambiar una lamparita. La mujer, de edad insondable, resultó ser muy extrovertida y (como muestra el video que grabamos a escondidas mientras lavaba la ropa) además gran bailarina.


Con el paso de los días y las semanas fuimos tomando con Thalita una relación afectuosa, movidos por la fascinación y la curiosidad que nos generaba su condición de negra en el país del Apartheid. Con las limitaciones de nuestro inglés (y también del suyo, ya que su familia habla Afrikáans, uno de los once idiomas oficiales) empezamos a intercambiar experiencias, puntos de vista, opiniones, hasta que llegó el día en en el que nos contó que ese régimen del terror había asesinado a su padre. Momento que quedó registrado:

En esa charla que grabamos, Thalita también nos contó detalles de su vinculación con la familia del empresario dueño de casa y se mostró muy agradecida por lo que ella juzgaba "gran generosidad" de haber empleado de por vida (sí, como lo leen) a ella, a sus padres y a sus hermanos, una modalidad de padrinazgo muy extendida entre los ricos de Sudáfrica. El 25 de junio de 2010 publicamos el artículo en el blog. 

El artículo de Thalita
Recorte del borrador de la nota, publicada el 25/6/2010.

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Los párrafos salientes fueron estos:

"La mujer que nos asiste todos los días es jovial y alegre, salvo cuando invoca el recuerdo de su padre Frank, un trabajador minero que fue asesinado por los opresores del Aparthei. hace varios años. Thalita acompañó su triste relato con ademanes de horror e imitando el sonido de la ametralladora, y por unos instantes su rostro se volvió viejo y ajado. Hasta que escuchó el compás de una cumbia santafesina que salió de la notebok de Pancho Terré, y enseguida empezó a moverse como si hubiese nacido en el mismísimo barrio Centenario, a metros de la cancha de Colón.

'Oh Mandela is a great man' (Mandela es un gran hombre), afirmó la mujer de botas y sonrisa eternas. Y confesó sin dramas que su sueldo es de 2.300 rands al mes, sin importarle que sus patrones anden diciendo por ahí que le pagan el doble de lo usual 'para que no se tiente con lo que está en la casa'.

Las diferencias están a flor de piel en este suburbio del planeta, pero lo curioso es que los blancos acomodados disfrutan con cara de malos, mientras los negros sufridos aguantan con alegría y desparpajo. Al fin y al cabo esta es su tierra, la que regaron con sangre sus ancestros y la que siempre los reconocerá como sus verdaderos hijos".

De acuerdo a su relato, gracias a su trabajo de servidumbre ella y los suyos podían vivir seguros, con electricidad, agua corriente y comida, condiciones a las que la gran mayoría de los de su clase no podían aspirar en un país con una injusticia social despampanante. Y la mención a la seguridad fue bien remarcada por la mujer, consciente de que le tocó nacer en el país (y puntualmente la ciudad) con la mayor tasa de homicidios del mundo.

Escribimos el post con el único ánimo de contar por dentro, y pasada por nuestro tamiz, la realidad del país más desarrollado de África. Fuimos muy críticos de la sociedad sudafricana, a la que creemos sumamente desigual, donde el 80% de la población es negra y es la porción más pobre, mientras que el 20% restante (todos blancos) se reparte la riqueza de un país con abundantes recursos naturales y sectores pujantes como el de la minería. A la editorial le aportamos, como eje y caso testigo, la historia de Thalita.

Fuimos absolutamente sinceros, aún a riesgo de ser poco políticos con una familia y un país que, a nosotros, nos recibió y trató de maravillas. Pero no contamos con que, por la potencia superadora de Internet, el artículo caería en manos de una integrante de la familia que nos alquiló nuestra casa. Que, respetando nuestra mirada, decidió respondernos.


Un mail inesperado: "Other perspective"

La respuesta desde Sudáfrica
El mail con la respuesta a nuestra nota.


En inglés, la mujer (llamada Liezl) nos explicó largamente cómo funciona su país. "En Sudáfrica, 5 millones de personas que pagan impuestos soportan a otras 40 millones de personas, además de otros 3 millones de inmigrantes ilegales procedentes de países de nuestro entorno. La gente como Thalita no pagan impuestos. Ellos están exentos del impuesto debido a lo que ganan, que a ustedes les puede parecer poco", subrayó resumidamente.

"Pero, ¿les dijo Thalita que por vivir en esta propiedad no tiene gastos de seguridad, agua, electricidad, comida ni transporte? ¿Les contó que cuando ella va a su verdadero hogar, el señor le paga el pasaje y regalos para los demás integrantes de su familia? Los gastos médicos tampoco corren por su cuenta. Ni siquiera sus artículos de higiene personal. Me gustaría que usted pueda hacer las sumas y ver lo que realmente gana Thalita", añadió.

La señora, que además nos facilitó el alojamiento en Ciudad del Cabo (donde Alemania nos dio la paliza que nos sacó del Mundial), nos aclaró (por las dudas) que jamás estuvo de acuerdo con el Apartheid y que no justificaba este estado de cosas, pero que era objetivamente lo que sucedía allí. Y cerró el mail diciendo sinceramente: "Fue maravilloso conocerlos. Les deseo lo mejor. Buena suerte con el fútbol la próxima vez".

Por fuera de este intercambio (desencuentro) de opinión con una integrante de la familia (desconocemos si todos se enteraron de este reportaje, suponemos que no), algunos de nosotros seguimos manteniendo con ellos una relación cordial, de intercambio de mails y salutaciones anuales. Sabemos (porque en esos mensajes siempre llega una mención a Thalita) que la niña de nuestra historia sigue trabajando allí, tan ágil, efectiva y sonriente como siempre.

El viaje está (y quedará, seguramente) entre las experiencias más fuertes, completas, maravillosas e inolvidables de nuestras vidas. Y con el paso de los años, esta anécdota puntual nos servirá para hacerles entender a los niños del futuro (a nuestros nietos, por qué no) que fuimos protagonistas del click hacia una nueva etapa de la civilización: la del arribo y la expansión de Internet, al decir del poeta Kenneth Goldsmith, "el retrato definitivo de la Humanidad".