Otra mirada en el Día de los Enamorados. La historia es real y transcurre en un coqueto barrio privado de Mendoza, más específicamente en Luján de Cuyo, tierra del emblemático malbec. Tiene como protagonistas a Ramón de 42 años, un ingeniero industrial especializado en procesos y Martina, su mujer, una kinesióloga de 36 que un buen día decidió llevar el trabajo a casa. También a una aplicación, que fue determinante para la separación de la pareja.

Los viajes a Chile eran frecuentes en la vida de Ramón, su trabajo como ingeniero lo obligaba a visitar clientes en el vecino país al menos una vez al mes, motivo por el cual habían decidido vivir en un barrio privado para dar mayor seguridad a su familia mientras viajaba.

El primer miércoles de febrero, cerca de las 2 de la mañana, Ramón recibió una notificación en el teléfono que lo preocupó. La aplicación que acababa de instalar el barrio para la administración y comunicación interna le informaba que una persona de sexo masculino ingresaba a su domicilio. Preocupado por la seguridad de su familia llamó raudamente a la guardia desde el hotel en Santiago en el que se hospedaba.

Grande fue la sorpresa que se llevó cuando el guardia, en cumplimiento de sus funciones, le informó a Ramón que la persona que había ingresado fue autorizada telefónicamente por su esposa y que era una visita frecuente en el turno noche, cuando él se encuentra de viaje.

Martina nada sabía de la aplicación, el barrio acababa de implementar el servicio de digitalización para barrios privados y Ramón no había llegado a comentárselo a su mujer, mucho menos darla de alta en el sistema. El guardia llamó como es habitual a la casa para pedir autorización y recibió la autorización; la diferencia es que esta vez incorporó el registro en la aplicación tal como establece el protocolo.

El desenlace a esta altura fue el esperado. Frente a las irrefutables pruebas que le brindaba la aplicación, en la que figuraba nombre y DNI de los ingresantes, Martina confesó que mantenía una relación extramatrimonial con un cliente desde hacía más de dos años. Ramón, por su lado, inició el juicio de divorcio lamentando que, para el nuevo código civil, las pruebas de infidelidad no son causales de divorcio. Y a pesar de los deseos que se imparten durante el matrimonio, lo que “Dios” unió, la tecnología se encargó de separarlos.