En las últimas semanas hay una palabra que sobrevuela con fuerza las mesas de inversores locales y los diarios especializados: Bitcoin. Desde pequeños ahorristas hasta grandes jugadores, todos hablan y buscan asesoría sobre la criptomoneda que abrió el mercado de las monedas digitales por 2009.

El porqué de tanto alboroto es el lógico a cualquier activo financiero que se aprecia con velocidad dentro del mercado de capitales; su valor. El precio de un Bitcoin al 7 de diciembre fue de us$15.397,79 dólares—llegó a un pico de us$17 mil—, cuando en enero de 2017 era de us$997,69 y más atrás, en diciembre de 2011 no superaba los us$3,19. 


No hace falta ser experto en finanzas para llegar a la conclusión de que el que apostó al Bitcoin (como forma de ahorro) ganó. Quien especuló y compró us$100 en la criptomoneda para atesorar en diciembre de 2011 (319 bitcoins), si hubiese vendido su cartera el 7 de diciembre habría embolsado us$4.911.952,43.

Semejante valorización en sólo 9 meses—lo que habla a su vez de la volatilidad que posee esta criptomoneda y que hizo que hombres como Jordan Belfort califiquen el fenómeno como la próxima burbuja financiera—tiene como contrapartida el aumento del consumo energético a nivel global. 

Una de las voces que salió a advertir sobre las consecuencias que puede acarrear esta incipiente fiebre por el Bitcoin es el meteorólogo y divulgador norteamericano Eric Holthaus. En un reciente artículo de opinión afirma que el consumo energético que se precisa para minar bitcoins va a enlentecer aún más “los esfuerzos para lograr la transición hacia energías renovables” y así reducir el uso de combustibles fósiles.

Su análisis se funda en parte en que las criptomonedas proveen un servicio único para sus usuarios: “Transacciones financieras que no requieren que los gobiernos emitan divisas o bancos para procesar pagos“. Esto quita de en medio a dos actores excluyentes en la economía actual: los bancos centrales de las naciones (reguladores) y la banca pública y privada (intermediarios rentistas).

En términos de lo que se podría definir como un economista liberal sunnita, la idea de eliminar de cualquier transacción al Estado como regulador y a los bancos como intermediario, hace que las criptomonedas como el Bitcoin representen el paraíso del libre mercado.

En tanto para las personas de a pié y el empresariado aparece como la posibilidad de abaratar sus transacciones entre pares, ocultar su actividad financiera al Estado, evitar el pago de porcentajes a los bancos y en el último tiempo: como forma no tradicional de atesoramiento puesto que son convertibles a moneda física.

Estas características de anonimato entre personas y sobre todo frente al poder estatal, es lo que llevó a organismos como el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) a advertir que las criptomonedas pueden ser (y son) usadas para el lavado de activos, el financiamiento del terrorismo internacional y el pago de productos y servicios ilegales como sicariato, narcomenudeo, pornografía infantil, acoso web y ramsonware.

Anonimato y desregulación son hasta ahora su eslabón de seguridad más débil. La red de criptomonedas funciona en base a la confianza entre pares. Las transacciones rara vez se realizan en persona y el hecho de ser virtuales permite que los datos personales puedan ser fraguados con facilidad.

Desde el punto de vista de la regulación: no existe institución de la sociedad organizada que asegure la tangibilidad de los fondos invertidos desde la economía real hacia las criptomonedas en caso de robo o fraude.

La fuerte apreciación que experimenta el Bitcoin, su desregulación y el anonimato son un irresistible canto de sirena para que la ciberdelincuencia opere con la tranquilidad de saberse impune.

Los robos de billeteras virtuales sustentan lo anterior. El sitio HackRead detalló que desde 2011 se registran más de 35 casos donde se sustrajeron 980.000 bitcoins por un valor estimado a noviembre de 2017 de us$4.000 millones. 


¿Cómo se produce un Bitcoin?

Para minar bitcoins—a diciembre de 2017 existen 16 millones en el mercado de monedas digitales de un total de 20 disponibles para ser minados antes de 2040—las personas (y gobiernos como los de China, Rusia y Venezuela por citar tres ejemplos) necesitan computadoras cada vez más potentes conectadas a la red de energía eléctrica y a la web para resolver en el menor tiempo posible, ya que cada máquina compite contra otra por una cantidad limitada de bitcoins, las complejas cuentas matemáticas que los “liberan”.

La validación de a quién pertenece cada Bitcoin minado (persona o gobierno) se da a través de lo que se conoce como blockchain. Tecnología que por otra parte se está comenzando a sugerir para reemplazar procesos de validación en industrias, servicios y tareas gubernamentales. Inclusive se llegó a sugerir como tecnología alternativa para la emisión y control de los actos eleccionarios en Argentina.

Para minar criptomonedas con éxito en un periodo de tiempo que haga el costo de inversión en energía rentable se utiliza hardware dedicado que se conoce como ASIC cuya vida útil se vuelve obsoleta con rapidez.


El costo de estos equipos y el gasto en energía derivó en que las personas se asocien en pools de minería para poder competir contra los grandes jugadores del ecosistema: granjas clandestinas y gobiernos mineros.

Las computadoras con procesadores potentes y placas de video de alto rendimiento dejaron de ser viables en 2011; inclusive en Argentina que por aquel entonces mantenía la electricidad subsidiada para consumo hogareño.

Otra alternativa non sancta son las redes extendidas de computadoras que dividen el proceso de resolución del acertijo criptográfico. Esto fue denunciado por sitios especializados en seguridad informática como una nueva forma de hackeo en donde sitios web—unos 22 que concentran 500 millones de visitantes según HackRead—se aprovechan del poder de procesamiento del dispositivo que lo visita para minar sin el consentimiento del usuario. Lo único que advierte la víctima es el alto consumo de procesamiento que realiza su máquina durante el “secuestro”.


El costo energético de las criptomonedas

Las transacciones financieras digitales son las que en definitiva dieron lugar al surgimiento de las criptomonedas y esto tiene un costo real para el planeta.

A medida que se minan nuevos bitcoins—o cualquier criptomoneda—el problema matemático, denominado hash, que al ser resuelto otorga en recompensa una moneda digital, se vuelve más complejo. Esa complejidad tiene su razón de ser en que es lo único que regula la base monetaria circulante y una de las variables que opera sobre el precio del Bitcoin. Pero en términos de sustentabilidad energética a largo plazo su costo es demasiado alto por su ineficiencia natural.

El analista de criptomonedas Alex de Vries, a cargo del sitio Digiconomist, creó un índice por el que estima que este año minar insumirá 31.960 GWh de energía eléctrica a nivel mundial. Si el Bitcoin fuera un país ocuparía el ranking 62 en consumo anual de electricidad, por delante de Serbia (7 millones de habitantes). En promedio hay 150 países con menor gasto de electricidad anual que el Bitcoin.


Si se aplica el índice de Vries para Argentina, el costo energético de minar una sola criptomoneda equivale a darle energía por un día a 20 casas de clase media en la zona geográfica de mayor consumo eléctrico o bien hacer funcionar una por tres semanas.   

El periodista Christopher Malmo en un artículo para Motherboard explica que el consumo de energía como consecuencia de minar bitcoins se disparó a partir de 2015.

“El precio del Bitcoin en dólares—refiere Malmo—es proporcional a la cantidad de electricidad que se puede consumir de manera rentable para su explotación” y a continuación explica: “A medida que el precio en dólares del Bitcoin aumenta, los mineros agregan poder de computo [nuevo hardware dedicado]” con el objetivo de aumentar la capacidad de procesamiento y obtener así nuevos bitcoins con mejores precios transables en el menor tiempo posible.

Esto empieza a disparar las alertas de quienes se encuentran comprometidos en agilizar la transición hacia energías renovables para mitigar el cambio climático.

El mayor consumo de energía que describe Malmo por la apreciación en dólares de las criptomonedas produce dos problemas concretos a simple vista: 1) aumento de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Para ello toma como ejemplo el análisis de Alex de Vries sobre emisión de carbono alrededor de la producción de bitcoins en un granja ubicada en Mongolia que se abastece de electricidad a base de carbón; y 2) el desvío de energía de las redes de todo el mundo hacia granjas de minería de Bitcoin que es electricidad que no se usa para cargar baterías de vehículos eléctricos y alimentar hogares sin electrificación, tal como explica Eric Holthaus.


En tal sentido Holthaus considera que de continuar en el tiempo la apreciación de las criptomonedas se volverá necesario crear nuevas plantas de producción energética para ampliar la oferta de un mercado en constante demanda. Esto a su vez frenaría la transición hacia energías renovables para la producción de electricidad por sus costos en comparación con las sucias.

Conciente del desafío energético y climático que suponen las criptomonedas, la comunidad alrededor del blockchain comenzó a preguntarse de qué manera mejorar un sistema que por naturaleza debe ser ineficiente para ser confiable. Y que a su vez les permita continuar operando de forma descentralizada, sin intervención de bancos o servicios de tarjetas de crédito con sistemas de distribución más eficientes.

Y todo esto a sabiendas que de mejorar la eficiencia de la red de criptomonedas podría tener como efecto no deseado atraer a miles de nuevos mineros deseosos por volverse ricos. Situación que no permitiría cortar con el actual el círculo vicioso de alto consumo energético.