“No consigo nada, no hay changa”. Para muchos jóvenes que habitan los márgenes de la ciudad, la crisis económica significa no tener qué comer. Un par de meses atrás podían juntar 300 o 400 pesos por día apaleando arena en una obra en construcción pero ya no. La situación del país ahorca a los que hace rato están apretados y, así, la falta de trabajo empuja a muchos al delito. Como cualquier economía, la delictiva late al ritmo de la oferta y la demanda. Y hoy en Rosario, lo que se vende como agua es la droga.

La falta de oportunidades laborales y un desmedido crecimiento del consumo de narcóticos conformaron los cimientos de un nuevo escenario en los barrios más vulnerables de Rosario: la venta de drogas al menudeo como negocio familiar. Tres y hasta cuatro casas por manzana convertidas en puntos donde se pueden comprar marihuana, cocaína o pastillas. “Donde había quioscos, ahora te venden droga”, señaló a Rosario3.com una de las referentes barriales de la Secretaría de Seguridad Comunitaria provincial.

“Aumentó la cantidad de familias que se dedican al delito, los negocios ilícitos son los que más rinden y tienen más posibilidades de sobrevivir porque ya no hay changa”, indicaron fuentes del gobierno de Santa Fe que trabajan en los barrios. El fenómeno se repite, tanto en Tablada, La Cerámica, la Bombacha, Parquefield como en el centro. “Ya es común que algún integrante de la familia sea mechera o robe en el súper para revender, o se dedique a vender drogas en pequeña cantidad. Ya no tenés el bunker sino que se vende en la misma casa o en la vereda”, precisaron.

Como caramelos

La economía delictiva no difiere mucho de la formal. Si en Pichincha se multiplican las cervecerías artesanales porque dan margen de ganancia, en el mercado informal se apuesta al comercio de drogas aumentando exponencialmente los focos de expendio. Así lo entienden desde el gobierno provincial, que alertó que el narcotráfico halló un mercado rentable en los barrios más necesitados, donde el narcotraficante extiende hasta tres o cuatro líneas de venta, usando cada vez más a personas que normalmente no estaban vinculadas al delito.

Otra característica que se afianzó es el aumento de la participación de mujeres en el negocio. “Es algo que te va absorbiendo. Inicialmente uno de sus integrantes, generalmente los jóvenes varones de 15 o 16 años, se va involucrando y después empiezan los demás. Hoy las mujeres participan cada vez más, empiezan con una venta menor con consumo y después se involucran del todo”, destacaron desde Seguridad Comunitaria y ampliaron: “Muchas asumen el rol que antes tenían sus parejas varones que están detenidos, lo hacen para abastecer a la familia. La mujer siempre cumplió un rol en esa organización familiar pero antes era la encubridora, la cómplice y ahora tiene un rol protagónico”, agregó otro referente en este sentido.

Quienes caminan la zona norte más profunda de Rosario aseguran que, como en los otros puntos cardinales, ya hay “familias enteras que viven de la droga”. “Como antes tenían un quiosco, ahora le anexan droga. La venta se hace cara a cara”, precisan. Otra modalidad es sacar la “mercadería” de la vivienda y hacerla correr en la vereda. Los interesados sabrán advertir que se está vendiendo. “La Cerámica es un barrio en la que la operatividad de la venta de droga muta mucho, el otro es Parque Casas. Siempre tenés los distribuidores históricos grandes y después la disputa territorial entre las terceras y cuartas líneas que son las que venden cara a cara o en moto, que sostienen el negocio para la economía familiar”, ampliaron.

La multiplicación de vendedores achica el margen de ganancia como en cualquier negocio. Según refirieron los especialistas consultados, el dinero que logran recaudar las familias que se dedican al narcomenudeo llega apenas a “un sueldo mínimo, un ingreso para la casa”. Además, lo convierte en peligroso: “El que te ofrece el negocio no le importa el territorio, después vos vas a tener problema con los otros que venden”, remarcaron las fuentes. “Cada vez son más y al ser cada vez más hay más disputas por esa venta porque vende el de enfrente, el de la esquina y el de la vuelta. Y empiezan con que «este territorio es mío, que no te cruces», y surgen los conflictos”, describieron.

También, como todo negocio tiene su mercadería “estrella”. Desde Seguridad Comunitaria consideraron que el expendio en pequeñas dosis abarca las drogas clásicas pero las que más les preocupa al Estado, en este momento, son las pastillas. “El efecto en los pibes es terrible, lo más complejo es el Rivotril con alcohol; los descabeza, están más de 24 horas sin parar, sacados”, alertaron. “Hemos estado con jóvenes que estuvieron 4 días sin dormir. El Estado provincial les facilitan una internación por 48 horas para ser desintoxicados. No saben nada de lo que pasó, están en estado total de enajenación”, detallaron.

Pero los consumidores no son sólo vecinos cuyas condiciones sociales y económicas se parecen a las de los vendedores. Los compradores de drogas llegan desde el “centro” para golpear las puertas de esas viviendas humildes en búsqueda de mercadería; muchos de ellos –mencionaron las fuentes consultadas– toman taxis que tras la operación, los devolverá a sus zonas de origen.

Los vecinos

La intemperie es el techo para muchos que buscan en la calle una posibilidad de hacerse de dinero. La helada, una lluvia insistente, la oscuridad o el rayo encendido del sol no impiden que se salga a vender, ya sea turrones, ya sea pollo frito casero o choripanes. Las ferias informales, repletas de buscavidas, dan cuenta de ello. Es así, “no todos los pobres se dedican a vender droga”, aclara una de las fuentes con ancla en los barrios, por si acaso.

Y no sólo no se enganchan a la economía delictiva sino que, por el contrario, la padecen. Desde el gobierno provincial reconocieron que esta población vive con miedo y reclama, cada vez que puede, más policías en la zona. “El delito que más le duele a la gente es el arrebato porque salen a tomar el colectivo para ir a trabajar y la arrastran para sacarle la cartera”, mencionaron. En ese sentido, comentaron que “antes había códigos que impedían robarle a los propios vecinos pero fueron rotos por el consumo de drogas. Están dados vueltas, no reconocen a nadie”.

Los nuevos delincuentes barriales son muy jóvenes y violentos. “Muchas veces son hijos o nietos de los viejos delincuentes del lugar y ellos mismos dicen que no los pueden controlar, que si les dicen algo les pegan un tiro”, apuntó uno de los operadores consultados. Sin embargo, no siempre se salen con la suya: “No está bien visto que hagan tanto ruido de parte de los mismos que viven del delito, porque generan una mirada particular de la Justicia”, aclararon.

Lo que se puede hacer

“En los barrios periféricos se vive de una forma muy dura a pesar de la presencia estatal de este gobierno”, advirtieron desde Seguridad Comunitaria. Su director, Ángel Ruani, aseguró que se trabaja en red con el resto del Ejecutivo provincial y municipal, también con el Ministerio Público de la Acusación (MPA) y el sistema judicial. Sobre todo, con el 911, a través de las denuncias que los habitantes damnificados realizan por teléfono. Es por ello que pidieron a la población radicar denuncias que nutran los mapas de calor de la seguridad y que permitan sistematizar los datos a fin de actuar de forma más certera.

El abordaje es “artesanal” en el sentido de lo minucioso. “Se trabaja con las familias en los territorios, identificamos el delito, tratamos de modificar los escenarios con respuestas institucionales, con los programas Nueva Oportunidad o Volver a Estudiar, también hacemos abordajes en salud, caso por caso”, explicaron.

Más allá de la construcción de indicadores, los que trabajan en las zonas más “picantes” de la ciudad tienen una percepción particular: “Vemos que se ha hecho una ruptura de determinado molde cultural y se está transitando mirando como espejo lo que pasa en otros países de Latinoamérica; hay una reiteración de hechos que se parecen a los cometidos por la cultura narco mejicana o colombiana y lo advertimos en la cantidad de disparos de arma de fuego, en los horarios de los ataques, en la cantidad de gente que participa o los vehículos que se usan, el actuar a cara descubierta o tener doble y hasta triple homicidio”, manifestaron.