Cada vez más gente viene a vivir a las ciudades, y si es posible, al centro de las ciudades. Cuadras enteras en las que 15 años atrás vivían 20 familias, ahora viven 400. Calles y veredas por las que antes circulaban regulares cantidades de vehículos y peatones, hoy son hormigueros superpoblados. El crecimiento no es perjudicial; sí lo es que no vaya acompañado de infraestructura y desarrollo, además de un código en común, que convierta a la torre de Babel en un hormiguero habitable. 

Episodio 1: Eduquemos como en Finlandia

Intento avanzar con dificultad por la vereda de calle Santa Fe, de la mano par, donde para un sinfín de colectivos. No es capricho. Tengo que ir a un negocio que está ahí, a mitad de cuadra entre Presidente Roca y Paraguay. Es mediodía.

Decenas de personas aguardan uno de los tantos ómnibus que hacen fila y paran allí, uno tras otro. Temen que el colectivero se canse de esperar su turno para llegar a la esquina y se mande por el medio de la calle, con la puerta cerrada.

Gente, mucha gente que ocupa casi la totalidad de la vereda impide el paso y tengo que recurrir al bordecito que queda entre el cordón y un famélico árbol, para avanzar.

En eso estoy, cuando desde el montón de gente que espera, una mujer se desprende corriendo veloz con el brazo extendido, a la altura de mis ojos, para hacerle seña a su micro. Ella no me ve y tampoco me oye, porque tiene auriculares. Yo no tengo tiempo de maniobrar demasiado. Camino rápido. Estamos a milímetros. El colectivo viene rápido y empieza a frenar con ruido. Me agacho para esquivar los dedos de la mujer en mis ojos, pero no calculo el envión del resto de su cuerpo que sí me alcanza y entonces vuelo. Vuelo en ese escaso margen que queda entre el colectivo chirriando, el árbol y la multitud de pies y por ¿destino? caigo sobre el cantero del árbol y la vereda rota.

Rodillas abiertas, brazos magullados, barro del cantero hasta en mi cara y un golpe en las costillas contra un reborde, que terminó en fisura.

Tras la confusión propia de la caída, compruebo que la mujer no tomó el colectivo, porque "no era el que tenía que tomar al final", dice risueña, ajena a mi derrape, mientras alrededor –un alrededor lleno de gente con quien de hecho interactúa, aunque se resista– es un caos de voces y gritos, bajo el sol de enero.

Imagen archivo.

Episodio 2: Urbanicemos como en Chile

Una moto de alta cilindrada se desplaza por Avenida Presidente Perón, en la zona oeste de la ciudad, en sentido hacia el centro. Su conductor no lleva puesto casco y excede notoriamente la velocidad de circulación.

Cruza semáforos en rojo. Zigzaguea a velocidad entre los autos detenidos y también entre los que ya están arrancando. Se pone en riesgo con cada acelerada, pero parece no importarle. También pone en riesgo a otros, a todos con los que se cruza, como si no existieran.

Al llegar a una esquina, repentinamente cambia de rumbo. Frena una vez que ha sobrepasado la bocacalle, desorientando al automovilista que va detrás y dobla en U. Ya no va para el centro, sino en sentido contrario, pero no lo hace por donde debería circular, sino por la ciclovía.

Un ciclista que estaba a punto de ingresar por ese espacio demarcado para el uso exclusivo de esos rodados, le grita algo que no se entiende, aunque se adivina.

Pero nuestro “Sebastián Porto” ya va cortando el viento nuevamente rumbo a quién sabe dónde y por toda respuesta al ciclista a quien estuvo a punto de atropellar, antes de invadirle el sendero, separa su mano izquierda del manubrio y eleva el dedo mayor, a modo de saludo y se pierde acelerando con su "fuck you" en alto.

Imagen archivo (Rosario3.com)

Episodio 3: Transitemos como en Uruguay

Un Ford Taunus circulaba por el carril central de Boulevard Seguí, rodeado de vehículos, y al llegar a la esquina de Provincias Unidas, sin previo encendido de las luces de giro, ni seña con la mano fuera de la ventanilla, a la misma velocidad que venía y sin chequear por los espejos la proximidad de varios vehículos que transitaban junto a él, en forma intempestiva, dobla a la izquierda.

Inevitablemente, la moto que circulaba junto al cantero central, detrás del Taunus, queda encerrada como consecuencia de la mala maniobra. El motociclista vuela y cae varios metros más adelante con múltiples lesiones.

Babel

A diferencia de la película Babel (2006) del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu, estas tres historias seleccionadas sí sucedieron en un mismo lugar: Rosario; pero tal como ocurre en el film, a pesar de no conocerse, en su mayoría, entre ellos, los y las protagonistas de los tres episodios, tienen como aquí, algo en común.

Quizás, el desconocimiento o la falta de respeto por las normas que conlleva la vida en sociedad. Tal vez la carencia de interés por comunicarse con el que está al lado, codo a codo, poniéndose en su lugar. A lo mejor, la dificultad para ver a los demás como sujetos de derechos, sin importar quién sea, o la inexistencia de un idioma único, como en la mítica torre babilónica.

Los convenios con países desarrollados y ciudades famosas pueden sumar, pero no suplen la ausencia de un código en común, ni reemplazan la falta de voluntad para entender que el otro también existe y ocupa un lugar en el espacio. Eso no lo garantiza ningún contrato ni acuerdo entre gobernantes, por más civilizados que sean aquellos a quienes se pretende emular.

Pruebas a la vista

Es probable que, luego de leer esta nota, a la cuenta de tres, foristas motociclistas arremetan contra automovilistas y foristas ciclistas hagan lo propio con los primeros. Y que todos, a coro, señalen a los Estados por su ineficiencia. 

En medio del feroz intercambio, los foristas peatones jugarán su próxima ruleta rusa, cada vez que intenten poner un pie en el pavimento, o en la arena de las redes sociales, desacreditados por todos. Con razones y porque sí. La confusión y el caos son nuestros. "Hay paragua, sacapelusa y cambio". Bienvenidos a Babel.