Como educadores los desafíos que encontramos a diario suelen abrirnos un sin fin de interrogantes, y es precisamente con el mal comportamiento de nuestros alumnos donde estas preguntas no encuentran respuestas. ¿En qué momento se me fue el aula de control? ¿En qué materia del profesorado o del magisterio vi cómo abordar aulas difíciles? ¿Estoy capacitada/o para esto? ¿Me replanteo mi profesión?

Existen múltiples causas detrás de las conductas desafiantes que se pueden resumir en cuatro grandes áreas:

- las referidas al propio sujeto

- las referidas a su contexto familiar

- las referidas a su entorno escolar

- y las referidas a su entorno social

En la actualidad se estima que entre tres y cinco de cada diez alumnos muestran conductas desafiantes de carácter ocasional, y que dos de cada diez exhiben una conducta oposicionista en forma habitual (Céspedes, 2012). Estos datos reflejan una realidad que los educadores venimos denunciando desde hace tiempo y que la sociedad parece no querer escuchar ni analizar con la profundidad que merece, y es que los alumnos cada día desafían más a los adultos con los que se relacionan.

Mientras tanto, los educadores abordamos estas conductas oposicionistas de forma intuitiva, aplicando métodos al azar que en muy raras ocasiones dan resultados favorables, y que hacen que el docente acabe confesándose sobrepasado e impotente.

Ante este tipo de conductas, la gran mayoría de adultos cree firmemente que el desafío de niños y adolescentes se debe a su propia naturaleza rebelde e indomable (Janin, 2013), y que la única forma adecuada de abordarla es mediante estrategias de control de todo tipo que deben de ser aplicadas a la mayor brevedad para evitar que la conducta empeore o que se convierta en un mal crónico. La experiencia de padres y docentes, apoyada en las investigaciones aplicadas llevadas a cabo por psicólogos y educadores como Douglas (1977) o Greene (2010), ha demostrado que los únicos métodos apropiados para hacer frente a esta tipología de conductas se sustentan en la identificación de los factores que las facilitan, que las provocan y que las mantienen e incrementan.

Para poder comprender al alumno desafiante hay que buscar las causas y circunstancias que provocan su reacción sin dejar de lado qué es lo que motiva al alumno a actuar de determinada forma para poder trabajar con la implicación de toda la comunidad educativa.

Un importante número de estudios como Douglas (1997); Javaloyes y Redondo (2011); Tarragona Roig y Uribe Franco (2010) enmarcaría a las conductas desafiantes en el tipo de problema de conducta denominado conducta disruptiva, ya que son problemas que afectan a la disciplina del aula. Estas conductas desafiantes constituyen el medio que utilizan los alumnos que carecen de las habilidades comunicativas y socioemocionales necesarias para expresar sus necesidades y sus sentimientos. Estas conductas suelen aparecer o mostrarse cuando se da un desajuste en la interacción que establecen con su contexto social, es decir, con todo lo que les rodea y que influye en su vida diaria.

Tamarit (2005) profundiza la visión de las conductas desafiantes aportando que se dan como desajuste con el entorno y las caracteriza mediante dos elementos: por un lado, su carácter comunicativo, ya que a través de ellas los alumnos manifiestan sus emociones o estados de ánimo y sus necesidades insuficientemente satisfechas. Por otro lado, enfatiza su carácter de desajuste entre el individuo y el entorno, por lo que considera que no pueden ser catalogadas como un “problema de conducta” que tienen los alumnos, sino como conductas que nos retan y nos desafían a los docentes, a los profesionales, a los familiares, a todos los agentes que interactúan con los niños y adolescentes a disponer la mejor respuesta atendiendo al óptimo desarrollo de esos alumnos en su contexto social y cultural.

De todos los cambios que deben realizarse quizás el más relevante y necesario es el que corresponde a los docentes. El papel del educador en nuestro sistema educativo es más esencial que nunca y, sin embargo, las herramientas y habilidades de las que disponemos son cada vez menos adecuadas para lograr su cometido: aulas repletas de alumnos, recursos esenciales mínimos, cambios en la sociedad y en la familia que le obligan a realizar funciones adicionales a la docencia, pérdida paulatina de autoridad y, por si fuera poco, escasa estima y consideración social. Paradójicamente los estilos docentes también tienen una gran influencia en el desarrollo de los alumnos debido a la importancia que la escuela y el docente ejercen sobre el alumnado. Así el docente necesita ser afectuoso con sus alumnos, pero a la vez tiene que poner límites.

Y aquí es dónde se presenta el gran desafío para el docente…¿Cómo ser firme y respetuoso al mismo tiempo? ¿Cómo poner límites afectuosamente? Y la respuesta la hayamos en la Disciplina Inteligente, que es un enfoque de disciplina efectivo y afectivo basado en el programa Disciplina Positiva que integra el aprendizaje socio-emocional y al mismo tiempo reduce los comportamientos desafiantes de los estudiantes. Es un enfoque que desarrolla un conjunto de habilidades basadas en la amabilidad y la firmeza de la disciplina, establece estructuras y procedimientos explícitos para aplicarlos dentro del aula, crea una comunidad equitativa basada en el respeto mutuo y comprende la motivación detrás del mal comportamiento de algunos estudiantes permitiendo descubrir cómo fomentar un cambio positivo.

 

Prof. Analía Ceci - Máster en Inteligencia Emocional Educativa - Especialización en Coaching Educativo - Entrenadora de Disciplina Inteligente en el Aula y en Familia - Presidenta de la Fundación Educativa Eureka www.fundacioneducativaeureka.com

Para leer la nota en la revista, hacé click acá.